27 noviembre 2006

Zorionak, IEP

--- Para quienes no lo sepan, IEP es el acrónimo del Instituto de Economía Pública, creado en la Universidad Pública Vasca en el año 1981 con el objetivo, según glosa de Mª Carmen Gallastegui, de promover Internacionalmente y con Excelencia el Progreso del conocimiento, teórico y aplicado, en el campo de la economía pública. El 24 de Noviembre celebramos su edad de plata en la sede que actualmente tiene en Sarriko, Bilbao. Estuvieron presentes los cinco fundadores, algunos miembros antiguos (como yo) y los actuales, bastantes becarios y estudiantes de doctorado de tiempos pasados y del presente, personal administrativo, y amigos varios. Fue un entrañable reencuentro intergeneracional.

El acto de celebración fue más emocionante que solemne. Dominó el sentimiento al pensamiento y prevaleció la concordia sobre la discordia. Nos precalentó los ánimos la fogosidad con que Aurora Alonso, actual directora del IEP, repartió honores, y nos los templó después el humor sirimiri con que Javier Gardeazabal evocó las sensaciones que tuvo como primer becario. A continuación, hablaron los cinco fundadores: el exquisito Juan Urrutia nos regaló una vez más su fulgor, y el sólido Salvador Barbera nos enterneció licuándose con su nostalgia; tras escuchar a un inquisitorial Federico Grafe que nos regañó con una homilía catártica, una ponderativa Mª Carmen Gallastegui nos calmó con su saber 'ser y estar'. Finalmente, la pragmática Inmaculada Gallastegui nos mostró que para tener lucidez no es necesario el lucimiento. Entre anécdotas nostálgicas, reflexiones festivas y alguna que otra adusta declaración, se reconocieron logros, dificultades y necesidades. Y obviamente, se hicieron votos por el futuro, aunque quizás sonaron más simples que solemnes.

En cuanto a mí, que pertenecí al IEP entre 1984-1990, este aniversario me provocó también el hervor de ciertos recuerdos. Cuando miro hacia atrás, recuerdo haber vivido en la Academia tiempos líricos, elegíacos, cómicos y épicos; afortunadamente, ninguno trágico. Pues bien, el sexenio que pasé en el IEP resultó ser mi experiencia más épica. El otro día, mientras escuchaba a mis líderes de entonces (y hoy amigos), sentí cómo se enorgullecían mis pequeñas cicatrices y refulgían mis modestas medallas.

La celebración de edades, como ésta del IEP, suele suscitar también otro sentimiento, la esperanza, o sediento mirar al futuro. ¿Qué espero yo del IEP? O al menos, ¿qué quiero esperar de él? Repetiré algo que dije a mis colegas de la Universidad de Cantabria hace un mes cuando me despedí de ellos: si, como dicen que dijo André Gide, “En la belleza de una ola lucen también las olas que la precedieron y se retiraron”, yo, que soy una vieja y pequeña ola retirada del IEP, quisiera poder seguir luciéndome en las olas que sigan. Es mi esperanza.

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