24 noviembre 2008

La opción poética de la crisis económica.

Crisis, crítica, criterio…son palabras que provienen del mismo étimo griego, y por ello el genuino significado de la primera no es ajeno a los de sus hermanas etimológicas. La palabra ‘crisis’ cabe concordarse, pues, con los conceptos de juicio, sentencia e incluso elección. Lo que está en crisis, o en estado crítico, siempre es algo que está sentenciado y condenado al cambio, bien para mejorar y sobrevivir o bien para empeorar y morir. La vertiente poética de una crisis es precisamente ésta: la posibilidad de optar por la regeneración, la creación, la vida… frente a la decadencia, el nihilismo, la muerte… Perdonen si resulto pedante con tanta invocación etimológica, pero poesía, también proveniente del griego ‘poiesis’, significa creación, con un sentido más amplio que el meramente literario que se suele utilizar.

La Agenda de Washington.

La actual crisis económica nos sentencia a cambiar comportamientos, reglas, pactos, e instituciones so riesgo de quebrar socialmente, no sólo económicamente, y además con un riesgo global o planetario.

La agenda aprobada en Washington la semana pasada por el G-20 está cargada de buenos propósitos poéticos en el sentido que acabamos de matizar. Entre ellos destacan la exigencia de mayor transparencia y mejor regulación de los mercados financieros internacionales, en especial los de activos derivados, el control de las agencias de calificación, o rating, de riesgos, la revisión y vigilancia de los contratos de los grandes directivos de las instituciones financieros, y el relanzamiento de la Ronda de Doha en el marco de la OMC (Organización Mundial de Comercio) con el fin de evitar tentaciones proteccionistas y promover un comercio más justo entre los países económicamente desarrollados y los de economías emergentes y en transición. La propia composición del foro donde se ha consensuado esta agenda, el G 20, abierto a estos últimos países es ya refrescante frente al bochorno tradicional que siempre han provocado las reuniones del G 10.

No hay poesía sin poeta.

Sin embargo, dudo que pueda hacerse verdadera poesía sin un poeta solvente. La crisis que nos juzga y azota es global, internacionalmente contagiosa, y por lo mismo nos obliga a regenerarnos con solidaridad, advirtiéndonos que no vale ya el ‘sálvese quien pueda’; nos insta, con más crudeza que nunca, a centralizar esfuerzos, controles y ayudas; nos advierte que ya no nos sirven instituciones internacionales nominalmente cooperativas pero, de hecho, egoístas (ONU, FMI, OMC y otras), dada su manipulación por parte de los países más poderosos; y nos condena a ceder, de verdad, soberanía nacional en pro de una sólida y solidaria autoridad supranacional, cuya solvencia estribe en desarrollar una función de respeto y servicio a todos, para, de esta manera, ser respetada y servida por todos.

La regeneración del FMI.

Algunos han comparado la Cumbre de Washington con la de Bretton Woods de 1944. No viene mal recordar que en ésta se creó el Fondo Monetario Internacional (FMI) y que, si de verdad se quiere que la de la semana pasada sea un Brettons Woods II, lo mejor sería regenerar el FMI, haciéndolo más democrático, más eficaz, y más solidario.

Entre las funciones que originalmente se asignaron al FIM están las de ser guardián y garante del sistema monetario internacional, un sistema que entonces se basó en la convertibilidad, por una parte, del dólar en oro a un tipo de cambio fijo y, por otra, de las distintas divisas nacionales en dólares a tipos también fijos; para ello, se le otorgó la facultad de crear una nueva divisa internacional, los derechos especiales de giro (DEG), con la que pudiera hacer frente a las necesidades de liquidez mundial, junto con los recursos aportados por sus socios en forma de cuotas. A muchos sorprende todavía oír que el FMI se constituyó como una cooperativa de crédito, o suministro de liquidez, con vocación planetaria, abierta a todos los países del mundo libre.

No es cuestión de hacer aquí un repaso de la historia del FIM, de su buen y su mal hacer desde su fundación hasta la fecha. Sólo decir que esta institución internacional no tuvo demasiado trabajo hasta principios de los setenta, en que precisamente el sistema quebró tras la decisión del presidente Nixon de declarar la inconvertibilidad del dólar en oro, comenzando con ello una época de libre flotación de los tipos de cambio entre divisas. Pero entonces, el FMI, en vez de ‘coger el toro por los cuernos’, comenzó a especializarse en otras funciones. Ante la volatilidad cambiaria, el desarrollo de los mercados interbancarios y los crecientes flujos internacionales de los llamados ‘petrodólares’, optó por quedarse en la barrera de las plazas bancarias, renunció a involucrarse en gestiones monetarias (tareas de vigilancia, regulación y provisión de liquidez en última instancia a las instituciones monetarias) y se volcó en los programas financieros condicionados destinados a países en vías de desarrollo con crecientes problemas de endeudamiento. Como es bien sabido, la reputación del FMI se ha deteriorado bastante en este campo espinoso; la condicionalidad (o conjunto de condiciones) que ha impuesto a países altamente endeudados ha resultado ser casi siempre socialmente muy onerosa, muchas veces económicamente desacertada, y con frecuencia políticamente irrespetuosa y entrometida.

La catarsis institucional que propicia la situación económica actual nos da la oportunidad de regenerar el FMI, de rehabilitarlo para su misión original, de hacer de él una verdadera autoridad monetaria y financiera supranacional que cree suficiente liquidez emitiendo DEG, regule la banca internacional y la supervise. Con la emisión masiva de DEG podría, además, obtener cuantiosas rentas de ‘seniorage’ (ingresos por crear dinero fiduciario), las cuales podría destinar a ayudar a los países más pobres del planeta.

La crisis actual que, en su desgracia, nos afecta a todos, independientemente del país al que pertenecemos, puede servirnos para que los periodos de gracia (de bonanza económica), que los habrá sin duda en el futuro, nos afecten también a todos, con más equidad que hasta ahora. Para ello se necesita una nueva ‘poiesis’ política y una eficaz y solvente institución supranacional que la gestione y garantice.

No voy a negar que esta posibilidad es por ahora altamente improbable. Pues, si ni siquiera en el área del euro, donde tenemos ya una autoridad monetaria única, estamos dispuestos a dar un pasito más y centralizar en el BCE las tareas de supervisión bancaria, ¿cómo podemos aspirar a tener una autoridad monetaria mundial (el FMI reconvertido) con las facultades que hemos señalado?

Desear algo no suele ser suficiente para tenerlo, pero sí suele ser necesario. Necesitamos que se desee un nuevo sistema monetario y financiero internacional, para que éste pueda tener alguna oportunidad. Empecemos, pues, por incubar, cebar y propagar este deseo.

10 noviembre 2008

Obamafilia.

La elección de Barack Obama como presidente de EE.UU ha suscitado una ilusión planetaria. Resulta difícil encontrar un país donde este acontecimiento no haya tenido un vivo eco de simpatía.

El triunfo de Obama viene a ser un ajuste de cuentas con la historia de su propio país, una clausura suprema de la guerra civil que lo asoló en el siglo XIX, la entrega del poder político a un negro, a alguien que por aquel entonces, en algunos Estados sureños, sólo hubiera podido aspirar a ser un esclavo. Requiescat in pace, pues, con más plenitud, Abrahán Lincoln. Y regocíjese también la humanidad entera, porque la victoria de Obama es una derrota del racismo, un reconocimiento gozoso de la igualdad de los seres humanos.

Pero la filia por Obama no sólo se nutre de saldar cuentas pendientes del pasado. También se alimenta de expectativas sobre el futuro. Y en esta vertiente, la dieta no parece demasiado equilibrada, o al menos a mí, no me salen las cuentas. Creo que el optimismo está engordando en exceso, y empieza a ser casi delirante. Porque, ¿realmente podemos esperar que Obama va a poder cerrar Guantánamo, retirar las tropas de Irak y Afganistán, abolir la pena de muerte en EE.UU, prohibir la compraventa irresponsable de armas por parte la población civil, suscribir y cumplir con el protocolo de Kyoto (o siguientes) sobre cambio climático, normalizar las relaciones con Cuba y otros países suramericanos, terciar más equitativamente en la OMC y en el FMI, dedicar el 0,7% del PIB de EE.UU al desarrollo de esa Africa que tanto ha celebrado su victoria, etc etc?

Obama debe afrontar la lucha contra otro tipo de esclavitud, como es la servidumbre a su partido, al Congreso y Senado americanos, y a los intereses económicos que mueven los hilos de la política americana. Abolir esta servidumbre es ahora tan problemático y arriesgado como lo fue en tiempos de Lincoln la lucha contra la esclavitud racial.

No voy a negar que los mensajes, promesas y, sobre todo, el recorrido de Obama hasta ahora, abren la puerta a cierta esperanza, y más tras los horrorosos portazos de la época Bushiana, pero como dice el refrán ‘del dicho al hecho hay un buen trecho’. Yo, al menos, me contentaría con la realización de la mitad de la mitad de lo que espera tanta gente hambrienta de cambios, tan hambrienta que, por tragar, traga hasta su propia ingenuidad.

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