25 agosto 2008

FRENTE A LA NECROCRACIA

20 de Agosto, 14h: 23 m. La muerte nos sortea. Resulta Madridcida. Baraja sus eSpantos. Airea un MD-82. Vuela en el JK5022. Asienta azarosamente 154 amores. Obra su milagro negro.




Ante su fulgor espectral, se calcinan los ánimos, supura la desesperanza, humea la maldición.

Y sin embargo… el mejor homenaje a los amados tan salvajemente por la muerte consiste en ser fogosos amantes de la vida, fervorosos devotos de la “biocracia”.

23 agosto 2008

ECONOMÍA EN APRIETOS: ¿Gobierno negligente?. ¿Oposición jactanciosa?

Más reflexiones sobre este asunto. En primer lugar, sobre el sorprendente alcance de la crisis; en segundo lugar, sobre las conductas del Gobierno y del principal partido de la Oposición.

Crisis global con sorpresas.

Es evidente que España no es el único país cuya economía está en aprietos. Alemania, Gran Bretaña, Francia e Italia y otros países europeos también lo están. Incluso, por ahora, la economía europea en su conjunto se estanca más que la nuestra a tenor de las últimas estadísticas publicadas por el Euroestat. De hecho, ha registrado un descenso de PIB del 0,2 % en el segundo trimestre de 2008; bastaría que la producción europea siguiese descendiendo en el tercer trimestre de este año para que la zona euro abocase a lo que los economistas definen como recesión, una evolución del PIB negativa durante dos trimestres consecutivos.

España, aunque mal, no va tan mal como ‘la Europa media’.Al menos hasta ahora, pues su Producto Interior Bruto todavía no decrece. Quizás sea por mera inercia (del alto crecimiento registrado en el 2007), pero el caso es que, para sorpresa de muchos e impaciencia de otros (por ejemplo, gente del PP), la economía española aún sigue creciendo, aunque sea a un ritmo muy débil.

La sorpresa también se ha dado en la economía de EE.UU., zona donde se originó el problema financiero que ha nos ha afectado a todos, pues, según los últimos datos, parece alejarse de la recesión: tras un estancamiento en el último trimestre del 2007, ha pasado a crecer un 0,2% % en el primer trimestre del año en curso y un 0,5 % en el segundo. Hace un año, por estas mismas fechas, muy pocos (por no decir nadie) esperaban que la economía americana sortease la crisis mejor que la europea.


¿Gobierno negligente?

Le ha costado al Gobierno reconocer públicamente la gravedad de la situación económica. Se ha resistido a ello cuanto ha podido, y en este sentido ha incurrido en morosidad. Es de suponer que en parte habrá sido por soberbia política, pero también cabe pensar que lo ha hecho por razones genuinas: alarmar a los ciudadanos, ahogándoles en el pesimismo o catastrofismo, no es saludable. Ya se sabe cómo influyen las expectativas en la economía: si son buenas, la animan todavía más, pero si son malas, pueden hundirla en la miseria. ¿Por qué no “poner buena cara al mal tiempo”?. ¿Acaso no forma parte de una política económica estabilizadora el ‘ir contra corriente’, bombeando agua fría cuando la euforia se desboca y agua caliente cuando la depresión se pronuncia?

En mi opinión, el Gobierno es censurable no tanto por su moroso reconocimiento del severo temporal que nos azota (no me atrevo a llamarlo todavía “tormenta perfecta” como vocea el PP) cuanto por la dudosa solvencia de las medidas que ha propuesto para capearlo (tampoco me atrevo a decir que ha ‘tomado’ pues muchas de ellas necesitan consenso sobre los Presupuestos del 2009 y seguimiento por parte de las Comunidades Autónomas autonómico). Aunque reconozco que muchas de ellas están bien orientadas, me parecen armas demasiado ligeras para afrontar los grandes retos que nos acucian, como son la eficiencia del sistema productivo, la competitividad exterior de la economía y la reconversión de nuestras fuentes de energía. Hay otras medidas más cuestionables, como la supresión del Impuesto de Patrimonio, decisión que me parece inoportuna y poco solidaria en los tiempos que corren.

Critico la ligereza con que ha reaccionado el Gobierno a pesar de ser consciente de que la política económica del Estado está hoy muy condicionada tanto por las Instituciones internacionales en que participa como por las instituciones regionales y locales de las que se compone. Esto último lo he comentado ya en este blog (léase la entrada anterior), y con respecto a lo primero, baste recordar que, como Estado miembro del eurosistema, España no dispone ya de una política monetaria propia que le permita rebajar los tipos de interés, ni puede devaluar el euro (como podía alterar antes el tipo de cambio de la peseta),y que asimismo su política fiscal agregada, en aspectos como déficit y deuda, está sometida a la disciplina del Pacto de Estabilidad y Crecimiento vigente en la UE. Pero insisto: pese a todas estas limitaciones y condicionantes, el Gobierno de Zapatero puede y debe hacer más, mucho más. Lo hecho y lo anunciado hasta ahora es manifiestamente insuficiente.

La jactancia de la Oposición.

El Partido Popular se muestra inclemente con el Gobierno, como era de esperar. Le reprocha con acritud su falta de previsión de la “tormenta perfecta” (expresión que relamen al referirse a la actual situación económica), su parálisis ante sus efectos y su incompetencia para gobernar la economía en estas circunstancias tan adversas. Como suele decirse, el PP está en su derecho y en su obligación de criticar al Gobierno. Otra cosa es que tenga derecho, y no digamos obligación, de empeorar el clima de confianza de la gente pintando la economía y su gobernanza con la negritud que Goya eligió para sus “pinturas negras”.

Escuchando a sus portavoces, el PP da la impresión de querer que la economía española vaya peor de lo que va y de estar impacientes ante una recesión general que no acaba de emerger con virulencia. Quizás me equivoque con esta impresión, pero, o bien afinan su discurso, o bien no pocos pensarán que siguen chapoteando en la indecencia política, manifestada ahora en un obsceno deseo de que la economía vaya mal para que ellos vayan bien, y “cuanto peor, mejor”. Ni decir tiene que en el próximo debate sobre los Presupuestos Generales del Estado para el 2009 tienen una gran oportunidad para disipar dudas al respecto y contrarrestar tal impresión.

Algo que me irrita del PP es su jactancia de haber sido buenos gestores de la economía española cuando han tenido la oportunidad de dirigirla, en el periodo 1996-2004, y que por ello merecen ahora la confianza de la ciudadanía. No voy a negar que hubo bonanza macroeconómica durante esos años, pero de ahí a atribuirla a su gestión hay un mar de dudas. Las circunstancias fueron tan favorables (ciclo económico mundial en fase expansiva, petróleo barato, tipos de interés a la baja, saneamiento de muchos sectores tras la crisis de principios de los noventa) que no está tan claro que los buenos resultados macroeconómicos de aquellos años fuesen mérito especial del Gobierno. Y es que, por poner un símil, no es claro que el éxito de ventas de una tienda de helados en un verano muy caluroso se deba al buen hacer de sus empleados más que al clima propicio. No habría dudas sobre el mérito o valía de los trabajadores si las mismas ventas se lograsen en tiempos invernales. El PP obtuvo buenas ventas de helados, refrescos, y refrigeradores en una época cálida, pero no tenemos garantía de que las pueda repetir en tiempos de frío, bajo “tormentas perfectas”.

Hay un hecho anecdótico que refleja el poco trabajo, y preocupación, del Gobierno del Partido Popular en aquellos años. Rodrigo Rato, a quién se atribuye la mayor parte del mérito del milagro económico de la época de Aznar, tuvo tiempo y fuerzas para llevar a cabo su doctorado en economía (defendió la tesis doctoral hacia el año 2002, si mal no recuerdo) mientras era Vicepresidente de Gobierno y Ministro de Economía. ¡Qué fácil debió de resultar, por aquel entonces, la conducción de la economía española!, pues su principal responsable pudo simultanear su trabajo con la absorbente ocupación que supuestamente tiene un doctorando que aspira al “sobresaliente cum laude o por unanimidad”, calificación que el Vicepresidente Rato obtuvo.

02 agosto 2008

ECONOMÍA EN APRIETOS

Lo acaba de reconocer Solbes en vista del empeoramiento de nuestra economía. A corto plazo, tendremos que apretarnos el cinturón. Y además nos conviene que lo hagamos todos, solidariamente, para evitar males mayores. Pues nada nos perjudicaría más que los sindicatos y organizaciones empresariales se enzarzasen en pugnas para traspasarse mutuamente los sacrificios y que los Gobiernos de las distintas Comunidades Autónomas jugasen a reivindicar más recursos del Estado en un juego de suma cero.

El empeoramiento económico.

Hace un año, por estas fechas, entró en erupción el riesgoso mercado hipotecario de EE.UU., vomitando lava de desconfianza por los mercados financieros internacionales, y a través de ellos, por las economías de los países desarrollados. Sus secuelas en España son ya bien conocidas: bancos y cajas se han visto salpicados, arrugándose en su actividad crediticia nacional; el más burbujeante y tragón de nuestros sectores, el inmobiliario, no puede refinanciarse y se tambalea; al averiarse uno de los motores de la economía, y resentirse también las actividades satélites de la construcción, repunta el desempleo; tiembla la bolsa, caen las cotizaciones de las empresas y se aminora la riqueza financiera de mucha gente; se frena el consumo, se paraliza la inversión y se hunden los índices de confianza sobre la economía española

Este sombrío curso se ha agravado desde la primavera 2008 con la inesperada escalada del precio del petróleo. El encarecimiento de esta materia prima, compensado sólo en parte por la apreciación del euro frente al dólar, se ha notado ya en el transporte, en determinadas industrias, en la inflación de precios, y en el bolsillo de la gente. Y aunque en estos últimos días la cotización del “oro negro” parece que se está moderando, la incertidumbre sobre el devenir de su mercado gravita sobre nuestras empresas y economías domésticas desalentando las actividades de producción y consumo.

Las soluciones necesitan tiempo...

En teoría, no hay demasiadas discrepancias sobre las soluciones para superar tanto la crisis del modelo de crecimiento económico español de los últimos doce años como la crisis energética. Por una parte, se necesita potenciar actividades económicas alternativas a la construcción que añadan valor significativo a nuestra producción interior y que, en gran parte, sean susceptibles de exportación (para aliviar nuestro déficit de balanza de pagos), lo cual presupone elevar la eficiencia de nuestro sistema productivo y, por ende, hacerlo más competitivo internacionalmente, mediante la mejora de nuestras infraestructuras, el incremento de nuestro capital físico, tecnológico y humano, reestructuraciones empresariales y una mayor disciplina laboral, mejor funcionamiento de las Administraciones Públicas, regulaciones más atinadas, medidas liberalizadoras en algunos mercados etc. etc. Por otra parte, en lo concerniente a la crisis energética, es claro que, además de un consumo (público y privado, industrial y doméstico) más responsable y disciplinado, la solución definitiva pasa por sustituir al petróleo (del que ahora somos tan dependientes y cuyo consumo importamos en un 85 %, agravando nuestro déficit comercial con el exterior) por otras fuentes de energía, preferiblemente no contaminantes y propias (no importadas), como las renovables.

Sin embargo, es evidente que ese aumento de eficiencia y competitividad exterior no se puede conseguir en un corto periodo de tiempo, como tampoco es posible una sustitución rápida y significativa del petróleo. Por ejemplo, doblar en el 2008 los recursos destinados a I+D+i no garantiza que en el trienio que viene nuestra industria se haga más eficiente, innovadora y competitiva. La investigación y su aplicación suele tener efectos bastante retardados y, además, no siempre seguros. Por otra parte, llevamos ya décadas (desde los años setenta en que padecimos la primera crisis energética) tratando de disciplinar el consumo de energía y de sustituir el petróleo por otros inputs.

… y reglas de juego institucional coherentes.

Las soluciones no sólo exigen tiempo. Su logro también depende de cómo esté repartido “el poder”, de su grado de fragmentación y de la responsabilidad colectiva de los distintos feudos. Porque una cosa es el consenso teórico sobre las soluciones adecuadas para resolver las crisis, y otra el acuerdo sobre las vías concretas e instrumentos para alcanzarlas. Por ejemplo, podemos estar todos de acuerdo en que es necesario aumentar los recursos destinados a I+D+i, pero quizás no lo estemos tanto ante cuestiones como quién y cómo debe financiar y gestionar estos recursos (si el Gobierno Central o los Gobiernos Autonómicos, si emitiendo deuda publica o reduciendo otros gastos, si potenciando la capacidad de investigación de las Universidades o el dinamismo innovador de las empresas).

La descentralización del Estado en Comunidades Autónomas con competencias cada vez mayores y más numerosas, hace que muchas políticas sectoriales del Gobierno Central tropiecen con los celos y recelos de las administraciones regionales que con creciente frecuencia las reprueban, o simplemente las ignoran, por considerarlas intrusas.

Ni decir tiene que muchas medidas concretas para fomentar la eficiencia productiva que necesitamos y paliar la actual crisis energética que padecemos se aplican en campos (educación, formación continua, tecnología, infraestructuras, transporte, relaciones laborales, comercio y otros) cuya jurisdicción competencial puede ser objeto de discusión y causa de conflictos institucionales. Y malo sería que esto ocurriese en las circunstancias actuales.

A corto plazo, apreturas y sacrificios.

Mientras no emerja y fructifique esa “revolución de la eficiencia” que tanto necesitamos y no se sustituya significativamente la importación del “oro negro” por generación propia del ”oro verde” (energía renovable, ecológica), habrá que “apretarse el cinturón”, como preconiza el Vicepresidente Solbes. Porque es muy estrecho el margen del que dispone, a corto plazo, el Gobierno Central para suavizar los inevitables sacrificios que vienen: pérdida de empleo en muchos casos, menor poder adquisitivo de salarios, beneficios y otras rentas en otros muchos, y en general menores niveles de consumo de energía y de bienes perecederos y duraderos.

El margen para una política central que incremente o refuerce las medidas paliativas es ciertamente pequeño por varias razones. En primer lugar, hay que tener en cuenta que el déficit público va a aumentar de forma automática o pasiva debido a la brusca caída del crecimiento del PIB que mermará la recaudación tributaria del Estado mientras aumentará el gasto en prestaciones por desempleo. En segundo lugar, no se debe olvidar que las Comunidades Autónomas, en su conjunto, han sido deficitarias incluso en la época de bonanza (como la pasada), y por lo mismo cabe esperar que sean muy renuentes a disciplinar su gasto en los malos tiempos que se avecinan. En tercer lugar, recordemos que la disciplina del Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE pone límites a los niveles de déficit y deuda en que pueden incurrir el conjunto de Administraciones Públicas españolas. Y en cuarto lugar, aunque todos estos condicionantes dejasen todavía al Gobierno Central algún margen para incrementar su déficit reduciendo impuestos o aumentando el gasto, lo lógico es pensar que la mayor parte de este margen residual se utilice para potenciar la economía a fin de que sea más eficiente en producción, en competitividad exterior y en generación y uso de la energía.

Así pues, a corto plazo, parece inevitable que tengamos que asumir sacrificios. Lo justo sería que en su reparto resultasen menos perjudicados aquellos que en los buenos tiempos pasados han sido también los menos beneficiados. Pero, ya se sabe, la justicia es más escasa que el oro (sea éste negro, verde o amarillo).

Me he mudado! Serás dirigido automáticamente en cinco segundos. En caso contrario, puedes acceder haciendo click aquí