29 junio 2008

Viaje al corazón de la emigración (2): En casa de un repatriado.


El corazón tiene razones que la razón no entiende (Blas Pascal)


Eran ya las cuatro de la tarde, cuando, tras navegar varias horas por el río Casamance, vislumbramos por fin el embarcadero de Bomudá, aldea mandinga que habíamos programado visitar. En su orilla, nos esperaban un adulto y dos niños. Eran Abdulahji y sus hijos. No sé por qué fotografié esta escena que observé en uno de los momentos de nuestra arribada: los pequeños, encarados hacia nosotros con ansiosa curiosidad, y el padre distanciado de ellos, dándoles la espalda y ladeado a su izquierda, como ausente o ido, con la vista perdida, sin mirarnos tampoco a nosotros.




Esta foto, sin embargo, no hace justicia a la cordial bienvenida que Abdulahji nos dio ni a la exquisita hospitalidad con que nos acogió e introdujo en la aldea. Recrea, más bien, las etapas de muchas aventuras emigratorias: ingenua ilusión al principio (reflejada en la actitud de los niños), cruda separación familiar después (distancia entre padre e hijos) y dolorosa decepción al final (padre repatriado, de espaldas ya a la ilusión de sus hijos, y sin mirar a las promesas de fuera ).

Recuerdo la amabilidad y la presteza con que nos ayudaron a desembarcar y amarrar la patera. Abdulahji nos saludó afectuosamente en francés y los chavales nos sonrieron mientras se apresuraban a coger nuestras mochilas y cargarlas sobre sus infantiles espaldas. No pudimos evitar, sin lastimar su orgullo, que éstos portasen nuestros bultos a lo largo de los casi dos kilómetros de trayecto entre el embarcadero y la gran casa familiar, a la que nos condujo Abdulahji llevando también sobre sus hombros una pesada nevera con botellas de agua y refrescos.

Abdulahji nos presentó a su padre y su familia, y nos acompañó en la cena y en la tertulia que la precedió y siguió, velando para que nos sintiésemos cómodos e integrados, antes de retirarse a su propia casa. Al día siguiente, acudió temprano para interesarse por nosotros, nos ofreció un excelente té y retornó con nosotros hasta el embarcadero portando de nuevo la abultada nevera.

Al despedirnos, nos sentimos muy incómodos recordando lo que nos había confesado la víspera: que hacía un mes había conseguido llegar en una patera hasta la isla de Fuenteventura, pero que le repatriaron al día siguiente sin contemplaciones. Había mucha tristeza en sus palabras, aunque no resentimiento, y menos resignación. Nos dijo que volvería a intentarlo en el otoño. No nos pidió ayuda. Su adiós fue elegante y el nuestro doliente.


La necesidad de un viaje de empatía: de Bruselas a Bomudá.

Quizás haya razones políticamente correctas (qué eufemismo más falaz) detrás de la Directiva de Retorno con que la UE pretende encarar el problema de la inmigración. No voy a discutirlas, porque temo que, si lo hago, se me hiele el corazón. Me limitaré a decir que, valorada desde la ética humanitaria, la respuesta de esta Europa Unida es poco o nada satisfactoria, por no decir deplorable, pues da la impresión que Europa se ha unido, una vez más, para defenderse del hambre ajeno, sin apenas asumir sacrificios propios, renunciando a ser un área de civilización abierta y solidaria. No es extraño que los Tratados de la UE susciten cada vez menos aprecio.

Estoy seguro que los muñidores de esta Directiva, tan defensiva y poco empática, no han visto de cerca el sudor, las lágrimas, ni incluso la sangre de los inmigrantes (que la hay). La burocracia de Bruselas no viaja más allá de sus asépticos despachos, carece de ojos compasivos… y en sus dictámenes abunda en prosaicos argumentos que carecen de la más elemental empatía.

Creo, o al menos quiero creer, que esta Directiva no sería la misma, si se hubiese escrito en Bomudá, con las llagas de la emigración a la vista. Quiero pensar que los burócratas de Bruselas, y sus Jefes de Estado, habrían sugerido otros tratamientos para este penoso problema. Imaginen por un momento a Bruselas paseando por Bomudá, o como está mi amigo Eduardo Tráver en la siguiente foto, rodeada por los hijos de este pueblo de emigrantes. ¿No se licuaría su máscara de hierro ?

Para ver la foto más amplia

Termino, por ahora. No sé si hay que regular, frenar o impedir los viajes desde Bomudá a España, a Europa… Lo que sí sé es que conviene que Bruselas viaje más a Bomudá, que la ayuda fluya con más empatía y generosidad hasta los países origen de los emigrantes. Los buenos remedios son aquellos que atacan los problema en su raíz, su origen. ¿Cuándo viajará finalmente el 0,7% del PIB europeo a los países pobres para que no tengan que emigrar?

05 junio 2008

Viaje al corazón de la emigración: Casamance, Sur de Senegal.


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Casamance es la región más sureña de Senegal. Situada bajo la franja intermedia de Gambia, destacada en color blanco en el mapa adjunto, actualmente está dividida en dos provincias, la de Ziguinchor, al oeste, abierta al océano y al mundo con una costa turística cada vez más apreciada, y la de Kolda, al oriente, presa en el interior y menos desarrollada. En ésta predomina la etnia mandinga, mientras que en aquella es mayoritaria la etnia jola. Región levantisca contra el distante Gobierno de Dakar, tras la independencia de Senegal, hoy está políticamente más calmada, quizás porque mira con más ansias hacia las islas Canarias y España que hacia el propio Dakar.

Casamance es tierra de emigración. Su propia configuración natural le hace emigrar hacia el mar, a través del gran río, o estuario, que lleva su nombre. Siglos atrás, portugueses y franceses utilizaron este estuario para adentrarse en las entrañas de la región y cautivar a sus habitantes, esclavizándolos y forzándolos a emigrar como esclavos a otros países. Hoy, aunque son ciudadanos libres, también se ven obligados a emigrar, debido al grave subdesarrollo económico y social que padecen y del que son cada vez más conscientes a través de los inevitables medios de comunicación audiovisual y electrónica. En esta región, como en el resto de Senegal, los sistemas de transportes y enlaces terrestre, aéreo, ferroviario y marítimo, son muy pobres y penosos, pero en cambio los accesos al teléfono, a la televisión y a internet son relativamente fáciles y baratos.

Invirtiendo el refrán diríamos que “ojos que ven, corazón que siente”…, y se rebela. Sí, en Casamance, como en el resto del país, hay mucho corazón ‘sentiente’, rebelde…,y por lo mismo emigrante. La envidia también mueve montañas. Los senegaleses envidian lo que ven, aman lo que envidian y salen en busca de lo amado. Si los portugueses se adueñaron de sus cuerpos, España ha cautivado a su alma. Vienen porque nos aman. Lástima que repudiemos su amor.

Acabo de visitar Senegal, en compañía de mi amigo Eduardo Traver, que es farmacéutico por profesión, antropólogo por afición y filántropo por bien nacido. Desde aquí, una vez más, le agradezco la oportunidad que me dio para acompañarle en este viaje. Juntos hemos podido acercarnos hasta el corazón emigrante que palpita en Casamance. Huelga decir que hemos vuelto con otro corazón (el nuestro) sangrante. Y ni decir tiene que seguiremos escribiendo sobre ello en este blog.

Puede ver aquí algunas fotos de nuestro viaje a Senegal

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