27 marzo 2008

Crisis inmobiliaria y riesgo moral

------- En EE.UU. y Gran Bretaña se han puesto en marcha operaciones de salvamento de instituciones financieras (sobre todo, bancos de inversión) que se hunden por la crisis de las hipotecas basura. Naufragan por sus propios errores, cometidos en gran medida por su ánimo de lucro, pero se intenta salvarlas por razones de bien común. Dejarlas caer, se arguye, sería peor, porque las tripas del sistema financiero son tan sensibles y especiales que una indigestión ‘subprime’ podría provocar, definitivamente, la temida recesión de la economía.

En España no hay hipotecas basura y, de momento, la recesión económica no es tan probable como para alarmarse. Lo cual no excluye que ciertos sectores, como el de la construcción e inmobiliario, estén en graves dificultades, sino en crisis. También aquí, el problema es fruto de la codicia que ha animado la economía del cemento y el ladrillo en los últimos diez años. Leo en la prensa que algunas empresas de este sector (promotoras y demás) empiezan también a pedir ‘sopitas’ al Gobierno para paliar los efectos de la crisis que padecen. Dicen que su sector es muy importante para la economía, demasiado para dejarlo caer, que su contribución al Producto Interior Bruto y al empleo ha sido crucial, y que conviene siga siéndolo.

Pero un efecto colateral de las operaciones de salvamento que se están llevando a cabo en EE.UU y las que se piden aquí en España es que acrecientan el “riesgo moral”, un problema tan perverso que merece ser explicado brevemente antes de seguir con nuestros comentarios.


¿Qué es eso de “riesgo moral”?

Los problemas de riesgo moral, o de “moral hazard” (en la literatura anglosajona), son muy antiguos, tanto como lo es la inclinación humana a trampear con fines lucrativos. Esta expresión fue acuñada en el siglo XVII, en los albores de la City londinense, por los profesionales del seguro marítimo, ante el creciente número de naufragios de buques mercantes que ocurrían por manifiesta imprudencia o negligencia de los navegantes, quienes incluso los provocaban en muchos casos, al amparo de contratos de aseguramiento de mercancías y naves que por sus condiciones y cuantías indemnizatorias resultaban excesivamente favorables para el asegurado. Hundir el barco y cobrar la indemnización era con frecuencia una buena estrategia para el desaprensivo naviero, y una ruina para el ingenuo asegurador.

El adjetivo “moral” hace referencia a la conducta del asegurado, quien, en parte o en todo, es considerado culpable del siniestro. Sin embargo, puestos a buscar responsables, tampoco podemos olvidarnos de la ingenuidad del asegurador. Éste no puede firmar acuerdos que inciten al asegurado a ser negligente, o incluso a algo peor, provocar el siniestro. Ni decir tiene que las compañías aseguradoras pronto aprendieron de sus ruinosas experiencias y ‘se curaron en salud’ ofreciendo a partir de entonces, y no sólo en el ramo del seguro marítimo sino en todos los campos de su negocio, contratos con restricciones, o salvaguardias, preventivas del riesgo moral. Entre éstas destacan las medidas de co-aseguramiento, mediante las cuales se obliga al asegurado a asumir parte de los daños del siniestro si éste se produce, forzándole de este modo a ser más prudente en su conducta. ¿Quién de nosotros no conoce, por ejemplo, las franquicias y otras onerosas limitaciones que nos imponen en los contratos de seguro de automóviles?

Las imprudencias deben pagarse, y más si son hijas de la codicia.

Retomemos la cuestión de la ayuda a las empresas constructoras e inmobiliarias españolas recordando su pasado. Compraron ingentes cantidades de suelo para edificar, cebando incluso a la corrupción cuando fue necesario, construyeron mucho para vender caro y especularon imprudentemente..., se endeudaron ‘hasta las cejas’ para financiar sus aventuras. Ahora no ven salida para escapar de sus deudas. No pueden renovarlas, ni pagarlas. Sus activos inmobiliarios, plenos de cemento y ambición, se vacían de valor, se ahuecan, no tienen crédito. Su demanda se desinfla, es abandonada por la fiebre que la ha poseído hasta hace poco. Y claro, las pobrecillas han comenzado a pedir sopitas fiscales (que los beneficios fiscales para la compra de viviendas se refuercen a fin de sostener la demanda) para probablemente terminar pidiendo mucho más.

Pero ¿es tan crucial, como dicen, reflotar este sector?. Pienso que no. La economía del ladrillo ha sido, sin duda, importante para la economía en general, pero ya no es crucial. La economía española, en su conjunto, necesita expandirse por otros cauces. El reto consiste no tanto en relanzar este sector como motor de crecimiento como en reemplazarlo. En este sentido, urge mucho más dinamizar otros sectores, facilitar cierta reconversión profesional y tomar medidas para recolocar el empleo excedente. He aquí donde deberían recalar los recursos públicos y no en un sector que ha cebado en demasía sus ambiciones. Así pues, no hay razones de bien común para reflotarles, y sí motivos de justicia (al menos, financiera) para dejarles que carguen con el peso de sus truncadas ambiciones. Deben pagar por lo que han hecho, corresponsabilizarse de su naufragio y no endosarlo a la sociedad a la que, además, han saqueado con el encarecimiento lucrativo de los inmuebles. De otro modo, sin severo escarmiento, no conseguiríamos sofocar sus tentaciones para reincidir y, de nuevo, estaríamos a merced de su riesgo moral.

Lo más lamentable de esta historia es que el naufragio no alcance, en toda su gravedad, a las grandes ratas, las grandes empresas constructoras (Sacyr Vallehermoso, ACS, Acciona, y otras), que hace tiempo abandonaron el barco de la construcción para refugiarse en otros sectores con más futuro, como el energético. Sobre esto último ya escribí en este blog, en octubre del 2006, con el título "la urbanidad de nuestro urbanismo".



09 marzo 2008

El voto del mal.


ETA no se ha abstenido. El viernes pasado, a mediodía, votó ‘muerte’ en la urna de una vida, la de Isaías Carrasco, por ser socialista. Probablemente, dentro de algunos días, publicará un comunicado donde tratará de justificar su voto. Sus razones de áspid, como otras veces, se enroscarán en torno a alguna calumnia. Dirán que han ejecutado a un colaborador del Estado español, opresor de Euskalherria, a un enemigo del Pueblo Vasco, o que es una víctima inevitable del 'conflicto'…, o algo parecido. Pura ignominia.

Soy de Mondragón-Arrasate, como era Isaías Carrasco. No le conocí personalmente, quizás porque ya no resido ahí, aunque he callejeado muchas veces por San Andrés, el barrio obrero donde él vivía, y conozco bien el Toki-Eder (“lugar hermoso”), bar que, al parecer, él frecuentaba y en el que tomó su último café. No encuentro palabras para expresar mi pesar por su asesinato. Ni creo que las halle para manifestar mi repugnancia cuando asome la calumnia de ETA o de sus devotos. Por eso, me limito a prevenirla dedicando a los calumniadores este poema, tomado del poemario “Resplandor del Odio” del poeta canario Justo Jorge Padrón:

BISBISEA LA CALUMNIA

La calumnia surgió de la impotencia.
se muestra y se propaga con ingenuo disfraz,
bisbisea al oído del mezquino
para abrir un paisaje solapado
y urdir en su alevosa trampa la destrucción.

Eficaz porque siempre se protege en la duda
dejándola vibrar desde su lengua bífida.
Cuando muerde, pervierte y envenena
mientras encubre su perfil siniestro
bajo aquella sonrisa de bondad.

A veces nos rodean sus escamas
sin que podamos soportar su hedor.
Hidra de un infinito de cabezas,
roba el honor de todas las victorias,
modifica a su antojo el libro del pasado
y la verdad no alcanza a destruirla.

No hay protección posible contra su daño infame.
Solamente el desprecio consigue relegarla.
Solamente la borra nuestro olvido.

05 marzo 2008

Debates electorales TV ( y 4): la traca final


El primer debate entre Zapatero y Rajoy me decepcionó, pero, al menos, quedaba abierta una ventana a la esperanza, una oportunidad de enmienda en el segundo. Ahora, tras la fangosa confrontación dialéctica del lunes día 3 sólo cabe decir "Consummatum est". El temor a una decepción final se ha cumplido.

En el fango, de nuevo.

Ambos reincidieron en las descalificaciones. En sus respectivos prólogos prometieron hablar del futuro, hacer propuestas constructivas, pero no pudieron superar la tentación de mirar hacia atrás y consumieron la mayor parte del tiempo hurgando en el pasado con estadísticas amañadas, por no decir torticeras, reprochándose con viveza asuntos que ya deberían estar muertos o aparcados. He aquí algunas de sus perlas oratorias:

- “Usted ha sido un aprendiz de brujo”, “No se entera de nada”, “No ha hecho nada”, “Ha mentido”, “Apoyó la guerra de Irak en la ONU”… entonó Rajoy.

- “Ha engañado a los españoles”, “Le importa un bledo la situación económica de las familias”, “Bajo mi gobierno sólo ha habido 4 víctimas del terrorismo, mientras que en la época de Aznar hubo 238”… cantó Zapatero.

Aunque Zapatero respetó menos que su rival los turnos de palabra ajenos y utilizó de forma deplorable las cuentas de víctimas del terrorismo, sin embargo, creo que, en este fangoso campo de batalla, Rajoy fue de nuevo más estridente, superándose incluso a sí mismo. Si en el primer debate, el líder de los populares cayó en el pozo de la falacia cuando acusó a Zapatero de agredir a las victimas del terrorismo, en este segundo debate se sentó en el trono del esperpento cuando acusó a Zapatero de apoyar la guerra de Irak.

Sobre el futuro, poco.

Zapatero hizo más de treinta propuestas para encarar el futuro, tanto a corto como a medio plazo. El problema es que sonaron como meras intenciones, sobre todo, las de índole económica. No se puede prometer gastos sin más, sin hablar de recursos o de costes, y menos en un debate donde ambos se acusaron reiteradamente de engañar, pues, no pocos ciudadanos, en especial los que no militan en el PSOE ni en el PP, pueden evocar el adagio “Quod gratis asseritur, gratis negatur” para concluir, análogamente, que “lo que se promete sin más, sin fundamento, sin más se cuestiona”. La entrega de un Libro Blanco fue improcedente, pues lo que no cabe exponer en un debate ha de quedar fuera de él. La falta de tiempo tampoco fue excusa. Deberían haberse ocupado exclusivamente del futuro, tras haber dedicado el primer debate al pasado.

Pero si Zapatero abordó el futuro con alfileres, Rajoy lo bordó con humo. Hizo menos propuestas (poco más de una docena), muchas de las cuales fueron vagas, y las más concretas carecieron del rigor o fundamentos que hemos reprochado a Zapatero. Pobre bagaje para un aspirante a Presidente de Gobierno. Debería haber ganado con holgura, casi por goleada, para poder desplazar a quien ahora ocupa el puesto con ventajas, pero apenas lanzó balones a puerta, la del futuro, mostrándose además desafinado y desatinado en algunas cuestiones. Desafinó cuando habló de la inmigración como un problema más que como una oportunidad de enriquecimiento social y solidario. Desatinó, como Pizarro en el debate con Solbes, cuando propuso reducir los impuestos y el gasto público en estos tiempos de dificultades macroeconómicas, confiando más en el egoismo del mercado que en la tutela del Gobierno. Ofreció muchos pactos, eso sí, pactos para casi todo, pero su voz sonó como un tañido de campana rota tras haber sido el menos pactista de todos los líderes parlamentarios en la última legislatura y haber rechazado, pocos minutos antes, un acuerdo claro y perentorio que le había propuesto Zapatero: apoyar al nuevo Gobierno, sea el que sea, en la lucha contra el terrorismo sin condición alguna.

Termino. No me gustó Zapatero, pero menos Rajoy. Tampoco me ha gustado la forma en que se han organizado estos debates TV. Es lamentable que la política haya acorralado al periodismo. Ha sido penoso ver cómo han condicionado los debates los políticos de ambos partidos y hasta qué punto han neutralizado a los periodistas, condenándoles a ser meros cronometradores, sin voz crítica, sin posibilidades de preguntar o intervenir para centrar el debate, provocar el diálogo e impedir el mutismo y el escapismo ante cuestiones espinosas.

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