28 mayo 2007

Sobre Política (IV): Ite, missa est.

Tras la liturgia democrática de sermones, oraciones, bendiciones, maldiciones, cánticos, comuniones, juramentos y, lo más importante, recaudación de votos, el pueblo es despedido y su jerarquía política se dispone a hacer componendas con la colecta.

Votada ya la fe, sólo queda la esperanza de encontrar la caridad del samaritano.

26 mayo 2007

Sobre Política (III): Lo que dicen los ilustres.

Ante las elecciones de mañana, he aquí un menú de opiniones sobre política, atribuidas a personas ilustres, para degustarlas a modo de aperitivo en la jornada de reflexión.

DESDE EL RUEDO:

- En política hay que sanar los males, jamás vengarlos. Napoleón Bonaparte.

- La alternancia fecunda el suelo de la democracia. Wiston Churchill.

- Hay momentos en la vida de todo político, en que lo mejor que puede hacer es no despegar los labios. Abraham Lincoln.

- Nadie puede sospechar cuántas idioteces políticas se han evitado gracias a la falta de dinero. Charles Talleyrand (Diplomático y estadista francés del siglo XIX).

- Nadie puede adoptar la política como profesión y seguir siendo honrado. Louis Mc Henry Howe (Político norteamericano, 1871-1936).

- Como los políticos nunca creen lo que dicen, se sorprenden cuando alguien sí lo cree. Charles De Gaulle.

- La democracia debe guardarse de dos excesos: el espíritu de desigualdad, que la conduce a la aristocracia, y el espíritu de igualdad extrema, que la conduce al despotismo. Montesquieu.

- En política, lo importante no es tener razón, sino que te la den. Konrad Adenauer.


DESDE LA BARRERA:

- Una nación sin elecciones libres es una nación sin voz, sin ojos y sin brazos. Octavio Paz.

- No niego los derechos de la democracia; pero no me hago ilusiones respecto al uso que se hará de esos derechos mientras escasee la sabiduría y abunde el orgullo. Henry F. Amiel.

- Primera muestra de una auténtica vocación política lo es, en todo tiempo, que un hombre renuncie desde el principio a exigir aquello que es inalcanzable para él. Stefan Zweig.

- La democracia sustituye el nombramiento que hace una minoría corrompida por la elección de una mayoría incompetente. Bernard Shaw.

- Los científicos se esfuerzan por hacer posible lo imposible, mientras que los políticos se afanan en hacer imposible lo que es posible. Bertrand Russel.

- En política sólo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire; jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela. Antonio Machado.

- El elector goza del sagrado privilegio de votar por un candidato que eligieron otros. Ambrose Bierce.

- El mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan. Arnold J. Toynbee.

- Cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje. Aldous Huxley.

- La moral se esgrime cuando se está en la oposición; la política, cuando se ha obtenido el poder. Jose Luis López Aranguren.

- Para el que no tiene nada, la política es una tentación comprensible, porque es una manera de vivir con bastante facilidad. Miguel Delibes.

- Los políticos son como los cines de barrio, primero te hacen entrar y después te cambian el programa. Enrique Jardiel Poncela.

- La política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos. Louis Dumur.

- Vota a aquel que prometa menos. Será el que menos te decepcione. W.M. Ramsay.

- La consecuencia de no pertenecer a ningún partido será que los molestaré a todos. Lord Byron.

17 mayo 2007

El increible recato del IPC

“La estadística es una ciencia que demuestra que si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, los dos tenemos uno” (Bernard Shaw)


Esto, nadie se lo cree”, oí exclamar hace unos días a un jubilado que leía la prensa en un bar mientras degustaba un ‘café con leche’. "¿Ni tu abuelo Patxi?", bromeó el barman al tiempo que le devolvía los ochenta céntimos sobrantes de una moneda de dos euros que aquél le había entregado para pagar su consumición. Obviamente, el “Esto” al que se refería el jubilado no era el precio del café que cantó el Presidente Zapatero cuando el ciudadano navarro Jesús Cerdán le preguntó sobre él en la ya tan mentada entrevista de televisión, pero como si lo fuera, pues el objeto de incredulidad era semejante. En este caso, nuestro hombre senior se escandalizaba ante el recato que había exhibido el IPC (Índice de Precios al Consumo) en la pasarela del pasado mes de abril, ya que este ‘top model’ de índices de carestía de la vida habría repuntado sólo un 2,4 % desde el mismo mes del 2006, según su gran modisto, el Instituto Nacional de estadística (INE)

Probablemente, en boca del jubilado resonó esa ‘vox populi’ que tanto acusa al euro de propiciar, desde su creación, una incesante y gran escalada de precios que sienten los bolsillos (la cercana economía doméstica), pero no revelan las estadísticas (ni se refleje en la abstracta macroeconomía). Según el INE, el IPC ha crecido desde enero del año 2000 hasta hoy casi un 27 %, lo que sugiere que, en promedio, los precios han aumentado a lo largo de los últimos ocho años a un ritmo del 3,3 % anual. Si preguntamos a la gente en la calle, los bares, los comercios y otros ámbitos populares sobre qué piensan de estas cifras oficiales, seguramente se mofarán de ellas y negarán, no sin destilar incluso cierta irritación, que tales porcentajes representen la carestía de sus particulares ‘cestas de compra’. Y sin embargo, el INE, mediante su tupida red de oficinas y agentes, y con técnicas avanzadas, también hace preguntas, entrevistas y encuestas que presuntamente avalan sus conclusiones. ¿A quién creer, a nuestros propios ojos y bolsillos, o a ese Gran Hermano estadístico?

El INE acierta cuando calcula la evolución del coste de una cesta de consumo variadísima, compuesta por casi quinientos bienes y servicios de diversas calidades, cuyos precios se basan en informaciones obtenidas de miles de establecimientos (30.000) distribuidos por todo el territorio español (141 municipios), ponderándose además de forma muy distinta cuando se agregan para definir el índice de precios general. Las ponderaciones, que suelen actualizarse de vez en cuando, reflejan, siguiendo pautas de la Encuesta Continua de Presupuesto Familiares, los porcentajes del gasto total que los hogares hacen en distintos artículos debidamente clasificados. Obviamente, en este gran universo de bienes, es posible que los precios de muchos bienes se disparen mientras que los del resto aumenten mucho menos, e incluso permanezcan constantes o desciendan, compensándose entre sí y, con ello, amortiguando el movimiento del índice general de precios. Esto parece que ocurrió con la creación y circulación del euro, hechos que propiciaron alzas exageradas en muchos precios, aunque no en todos, debido a prácticas de redondeo, a cierto espejismo monetario o a otros factores.

Pero muchos hogares también tienen razón cuando afirman que la cesta de consumo que ellos particularmente compran se ha encarecido mucho más que lo anunciado por el INE. En muchos casos, las cestas particulares de compra no son tan amplias o diversificadas como la que considera el INE, estando además compuestas y dominadas por artículos muy sensibles al alza de precios. En mi caso, por ejemplo, reconozco que, cuando trabajaba en Santander como catedrático de Universidad, la composición de mi cesta de compra estaba sesgada hacia bienes y servicios cuyos precios aumentaban mucho más que la media; por el contrario, ahora que estoy jubilado, creo que mi consumo está dominado por precios mucho más tranquilos.

Sin embargo, hay otras personas que, cuando critican las cifras oficiales de inflación del IPC negándoles credibilidad, en realidad padecen fallos de percepción. Algunos confunden la parte (su parte) con el todo, pues son proclives a creer que es un fenómeno general lo que sólo, o sobre todo, ocurre con los precios de los bienes y servicios que les son más familiares o cercanos; así, el Presidente Zapatero apostó por “un café a ochenta céntimos”, porque quizás percibió este precio en la cafetería del Congreso de los Diputados, mientras que Jesús Cerdán estaba acostumbrado a encarar precios mayores en su particular entorno (a propósito, cuando hace un mes estuve en Santa Cruz de Tenerife degusté un magnífico ‘café cortado’ por tan sólo 75 céntimos en un céntrico bar de la Plaza del Príncipe). Otros adolecen de percepciones desviadas o sesgadas, porque sienten mucho más (ponderan más) a los precios cuando suben que cuando bajan o permanecen constantes, de la misma manera que a todos (o a casi todos) nos suelen impresionar más las desgracias que los acontecimientos felices, las malas noticias que las buenas.

Las dudas sobre la credibilidad del IPC, en muchos casos, están cebadas por el propio interés. Me explico. La evolución del IPC se suele usar como referencia o criterio para actualizar (a veces, subir) sueldos, salarios, pensiones, alquileres y otras rentas, con el fin de salvaguardar (mejorar) su poder adquisitivo. Por lo mismo, interesa poner en duda la evolución del IPC, o negar su representatividad, con el fin de reivindicar más rentas nominales y ganar capacidad real de compra. En algunos casos estas reivindicaciones pueden ser justas (cuando una particular cesta de compra se ha encarecido verdaderamente más que la cesta del INE); en otros, no tanto (cuando hay percepciones erróneas); y por último, nunca falta quien está interesado en hacer ruido para camuflar posibles abusos.

07 mayo 2007

Sobre Política (II) : Buena suerte, Solidaridad.

Hace ya una década escribí un artículo con este título para la prensa, aunque finalmente lo retuve inédito; en él expresaba mi preocupación por la suerte de la solidaridad. Eran tiempos en que el Gobierno central, ya bajo las riendas (filias y fobias) del PP, impuso la moda de privatizar empresas públicas y de zarandear el llamado ‘Estado de Bienestar’, que bajo la prolongada (y por ende a veces prepotente) administración del PSOE había terminado por producir no sólo trigo sino también cizaña (escandalosos casos de despilfarro y corrupción); y por otra parte, la mayoría de las Comunidades Autónomas exhibían sus llagas, ignorando las de las vecinas, para reivindicar terapéuticos recursos financieros con una sed excesivamente egoista (en mi opinión) .

Aunque hoy, puesto a reescribir este artículo, introduciría algunos (muy pocos) matices, el respeto a lo que entonces pensaba y sentía me lleva a reproducirlo, aquí y ahora, sin cambio alguno. Así pues, ante las próximas elecciones municipales, evoco aquella mañana del mes de julio de 1997 en que lo pulí y terminé, deseando, de nuevo, que gane la solidaridad.

Buena suerte, Solidaridad. (Julio de 1997)


“Por muy egoísta que se suponga es el hombre, hay evidentes principios en su naturaleza que le llevan a interesarse por la suerte de los demás y hacen que la felicidad del prójimo le resulte necesaria, aunque no obtenga beneficio de ella excepto el placer de contemplarla” (Adam Smith, en Teoría de los Sentimientos Morales)


Inquietante sorteo te espera, amable solidaridad, entre la pujanza del Estado de las Autonomías y la crisis del Estado de Bienestar. Corren tiempos tan liberales y periféricos que ya no está de moda el abrazo entre la riqueza y la pobreza, ni entre los cuatro puntos cardinales. De momento, sólo buenas intenciones te amparan en tu caída libre y esquinada.

Musa de los vientos de izquierda, te empuñó la rosa durante muchos años y te has marchitado entre pétalos bastardos. Pues te empuñaron tanto que te han manejado hasta manosearte. Te hicieron tan generosa que has pecado de despilfarro, tan incauta que has tropezado con la corrupción, y tan suya que no has podido ser de todos. Ahora, se te acusa de adulterio con soflamas de eficiencia y recelos autonómicos. Pero, ¡ay de aquél que arroje la primera piedra tratando de exiliar tus esencias!. Porque ya eres demasiado entrañable para ser desentrañada y es tal la solidez de tu alma que quien pretenda desterrarte se desalma en soledad. Nuestra sociedad te necesita tanto para poder consolidarse que has dejado de ser un rosáceo deseo para convertirte en un imperativo social.

No te espante, pues, el turno de las patronales, porque no serán tan blasfemas como para excluirte de sus planes. Te transformarán, eso sí, y te pondrán a dieta. Deja que te corten el pelo, si quieren, pero que no te amputen las alas, porque, sin ellas, nuestra filantropía no podría sobrevolar la jungla del egoísmo, esa economía de mercado donde campea el beneficio individual. Pretenderán que pierdas peso, pero suelta sólo lastre, de modo que aleteen con más fuerza tus legítimos derechos.

No te arrugues ante el auge de la privatización. Reclama simplemente lo que es tuyo, que no es poco, y hazlo de verdad. Respeta las buenas razones de quienes defienden los derechos de propiedad, porque es evidente que no hay esfuerzo sin incentivo y no hay progreso sin esfuerzo. Sin embargo, repudia el necio discurso exclusivista, porque la relación entre esfuerzos y resultados es demasiado compleja como para dar rienda suelta (la exclusiva) al derecho de apropiación. La sociedad hace a sus inquilinos inevitablemente interdependientes y este hecho socializa, en gran parte, los éxitos y fracasos individuales. Si el resultado de lo que hacemos depende también de lo que hacen los demás, y recíprocamente, estamos obligados a compartir las cosechas de una manera u otra. Hay toda una maraña de efectos cruzados (los economistas los llaman “efectos externos”), positivos y negativos, que no se pueden privatizar (intemalizar mediante cobros y pagos). De ahí que sean propiedad común, fuente de obligaciones y derechos sociales. Reivindícalos, solidaridad, como parte de tu dote fundacional.

Tampoco te sientas acomplejada, cuando hablen de la “mano invisible”, esa hada madrina que, según dicen, se basta para convertir la búsqueda del propio interés en bienestar colectivo. Porque Adam Smith, padre de este mito, fue también un profesor de filosofía moral que escribió, no con menos convicción, sobre los “visibles sentimientos morales” que hacen de la suerte del prójimo un objeto de interés propio. No sólo eres legítima, solidaridad, sino que además eres querida, porque produces y consumes sentimientos. La economía te necesita para hacerse más humana.

Finalmente, hablemos de tu suerte autonómica, de esos torneos de descentralización donde se juega tu futuro de “cara y cruz”. Ir de provincias, tras tu currículo de cortesana, no parece tan disparatado, ya que tendrás mejores oportunidades para encarar los verdaderos problemas sociales y ser, en consecuencia, más justa. De la mano de los Gobiernos regionales, es más fácil ver, cara a cara, las llagas del pueblo y escuchar en directo sus lamentos, por lo que podrás ajustarte más a sus necesidades. Sin embargo, tendrás que soportar la cruz de la corresponsabilidad fiscal, esa llave maestra, o principio de “sálvese quien responda”, con la que se pretende cerrar el arca del Estado y abrir la conciencia autonómica, pues no está claro, al menos de momento, cómo se salvarán quienes no puedan (aunque quieran) responder. ¿Tendrán las regiones, como las personas, sentimientos morales que les lleven a corresponsabilizarse también de la suerte de las demás? Confiemos, solidaridad, en que la mano visible de la política juegue esta baza sentimental.

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