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Sobre Política (II) : Buena suerte, Solidaridad.

Hace ya una década escribí un artículo con este título para la prensa, aunque finalmente lo retuve inédito; en él expresaba mi preocupación por la suerte de la solidaridad. Eran tiempos en que el Gobierno central, ya bajo las riendas (filias y fobias) del PP, impuso la moda de privatizar empresas públicas y de zarandear el llamado ‘Estado de Bienestar’, que bajo la prolongada (y por ende a veces prepotente) administración del PSOE había terminado por producir no sólo trigo sino también cizaña (escandalosos casos de despilfarro y corrupción); y por otra parte, la mayoría de las Comunidades Autónomas exhibían sus llagas, ignorando las de las vecinas, para reivindicar terapéuticos recursos financieros con una sed excesivamente egoista (en mi opinión) .

Aunque hoy, puesto a reescribir este artículo, introduciría algunos (muy pocos) matices, el respeto a lo que entonces pensaba y sentía me lleva a reproducirlo, aquí y ahora, sin cambio alguno. Así pues, ante las próximas elecciones municipales, evoco aquella mañana del mes de julio de 1997 en que lo pulí y terminé, deseando, de nuevo, que gane la solidaridad.

Buena suerte, Solidaridad. (Julio de 1997)


“Por muy egoísta que se suponga es el hombre, hay evidentes principios en su naturaleza que le llevan a interesarse por la suerte de los demás y hacen que la felicidad del prójimo le resulte necesaria, aunque no obtenga beneficio de ella excepto el placer de contemplarla” (Adam Smith, en Teoría de los Sentimientos Morales)


Inquietante sorteo te espera, amable solidaridad, entre la pujanza del Estado de las Autonomías y la crisis del Estado de Bienestar. Corren tiempos tan liberales y periféricos que ya no está de moda el abrazo entre la riqueza y la pobreza, ni entre los cuatro puntos cardinales. De momento, sólo buenas intenciones te amparan en tu caída libre y esquinada.

Musa de los vientos de izquierda, te empuñó la rosa durante muchos años y te has marchitado entre pétalos bastardos. Pues te empuñaron tanto que te han manejado hasta manosearte. Te hicieron tan generosa que has pecado de despilfarro, tan incauta que has tropezado con la corrupción, y tan suya que no has podido ser de todos. Ahora, se te acusa de adulterio con soflamas de eficiencia y recelos autonómicos. Pero, ¡ay de aquél que arroje la primera piedra tratando de exiliar tus esencias!. Porque ya eres demasiado entrañable para ser desentrañada y es tal la solidez de tu alma que quien pretenda desterrarte se desalma en soledad. Nuestra sociedad te necesita tanto para poder consolidarse que has dejado de ser un rosáceo deseo para convertirte en un imperativo social.

No te espante, pues, el turno de las patronales, porque no serán tan blasfemas como para excluirte de sus planes. Te transformarán, eso sí, y te pondrán a dieta. Deja que te corten el pelo, si quieren, pero que no te amputen las alas, porque, sin ellas, nuestra filantropía no podría sobrevolar la jungla del egoísmo, esa economía de mercado donde campea el beneficio individual. Pretenderán que pierdas peso, pero suelta sólo lastre, de modo que aleteen con más fuerza tus legítimos derechos.

No te arrugues ante el auge de la privatización. Reclama simplemente lo que es tuyo, que no es poco, y hazlo de verdad. Respeta las buenas razones de quienes defienden los derechos de propiedad, porque es evidente que no hay esfuerzo sin incentivo y no hay progreso sin esfuerzo. Sin embargo, repudia el necio discurso exclusivista, porque la relación entre esfuerzos y resultados es demasiado compleja como para dar rienda suelta (la exclusiva) al derecho de apropiación. La sociedad hace a sus inquilinos inevitablemente interdependientes y este hecho socializa, en gran parte, los éxitos y fracasos individuales. Si el resultado de lo que hacemos depende también de lo que hacen los demás, y recíprocamente, estamos obligados a compartir las cosechas de una manera u otra. Hay toda una maraña de efectos cruzados (los economistas los llaman “efectos externos”), positivos y negativos, que no se pueden privatizar (intemalizar mediante cobros y pagos). De ahí que sean propiedad común, fuente de obligaciones y derechos sociales. Reivindícalos, solidaridad, como parte de tu dote fundacional.

Tampoco te sientas acomplejada, cuando hablen de la “mano invisible”, esa hada madrina que, según dicen, se basta para convertir la búsqueda del propio interés en bienestar colectivo. Porque Adam Smith, padre de este mito, fue también un profesor de filosofía moral que escribió, no con menos convicción, sobre los “visibles sentimientos morales” que hacen de la suerte del prójimo un objeto de interés propio. No sólo eres legítima, solidaridad, sino que además eres querida, porque produces y consumes sentimientos. La economía te necesita para hacerse más humana.

Finalmente, hablemos de tu suerte autonómica, de esos torneos de descentralización donde se juega tu futuro de “cara y cruz”. Ir de provincias, tras tu currículo de cortesana, no parece tan disparatado, ya que tendrás mejores oportunidades para encarar los verdaderos problemas sociales y ser, en consecuencia, más justa. De la mano de los Gobiernos regionales, es más fácil ver, cara a cara, las llagas del pueblo y escuchar en directo sus lamentos, por lo que podrás ajustarte más a sus necesidades. Sin embargo, tendrás que soportar la cruz de la corresponsabilidad fiscal, esa llave maestra, o principio de “sálvese quien responda”, con la que se pretende cerrar el arca del Estado y abrir la conciencia autonómica, pues no está claro, al menos de momento, cómo se salvarán quienes no puedan (aunque quieran) responder. ¿Tendrán las regiones, como las personas, sentimientos morales que les lleven a corresponsabilizarse también de la suerte de las demás? Confiemos, solidaridad, en que la mano visible de la política juegue esta baza sentimental.

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