29 octubre 2008

Refundación del capitalismo, o el necesario "apretón de manos" entre los mercados y los Gobiernos.


La crisis económica, ya global por afectar a casi todos (por no decir todos) sectores y países, está suscitando la cuestión del futuro de la llamada economía de mercado. Algunos han comparado el actual desplome de Wall Street con la del “muro de Berlín” de hace veinte años, sugiriendo que así como la de entonces simbolizó la muerte del comunismo, la de ahora puede representar el ocaso del capitalismo. Hay quien piensa piensa que la próxima cumbre del G 20 debería ser un nuevo Bretton Woods. El presidente francés Sarkozy, con un protagonismo crecido por ser también ahora presidente temporal de la UE, insta a refundar el capitalismo. No sé a dónde nos llevará la política internacional, pero yo me contentaría con que mercados y Gobierno se apretasen firmemente las manos. Me explico.

Los manotazos de la venerada “mano invisible” .

Es conocido el mito de la “mano invisible” de Adam Smith, y más en estos días en que es tan cuestionado: si cada uno de nosotros labora, compra, ahorra, invierte u realiza cualquier otra actividad económica buscando su propio interés, se produce un hecho que raya en lo milagroso, pues ese egoísmo generalizado redunda a la postre en un bienestar colectivo; es como si una “mano invisible” guiase providencialmente las acciones individuales haciéndolas abocar al bien común; ésta es la providencia del intercambio libre y competitivo, de la iniciativa privada, de la economía de mercado…Así cantan, o al menos han cantado en las últimas décadas, los neocons. o fanáticos partidarios del ‘laissez faire’ y de la auto-regulación de los mercados.

Ni decir tiene que Adam Smith no fue tan fanático del mercado como nos lo quieren hacer ver los neocons. No parece verosímil que hubiera sido tan extremista quien también escribió párrafos como éste en su libro “Teoría de los Sentimientos Morales”: "Por muy egoísta que se suponga es el hombre, hay evidentes principios en su naturaleza que le llevan a interesarse por la suerte de los demás y hacen que la felicidad del prójimo le resulte necesaria, aunque no obtenga beneficio de ella excepto el placer de contemplarla”. Digamos pues que Smith aportó fundamentos para adoptar un modelo de economía de mercado, pero sin llegar a ser un ‘fundamentalista’.

Al margen de cuestiones exegéticas sobre el verdadero pensamiento de A.Smith, lo cierto es que el mercado tiene fallos clamorosos, o en otras palabras, que nos da terribles ‘manotazos’. La historia del capitalismo está plagada de crisis, y por lo mismo no debería sorprendernos que la ‘mano invisible’ nos esté abofeteando una vez más con fiereza.

Torpeza y suciedad de las “manos visibles” de los Gobiernos.

Contraponiendo al mito de la ‘mano invisible’, los partidarios de la intervención del Gobierno, suelen loar el potencial de la “mano visible” de la política económica y de la regulación. En este caso, el economista invocado como padrino doctrinal suele ser John Maynard Keynes. De nuevo, conviene distinguir entre lo que dijo Keynes y lo que dicen algunos pseudo-keynesianos, pues entre éstos también abundan los fanáticos. El profesor de Cambridge no fue partidario de sustituir al mercado, ni de cerrar Bolsas de valores. De hecho, Keynes fue un asiduo participante en la Bolsa de Londres y un activo especulador en los mercados de futuros. Sus biógrafos cuentan que una vez incluso se vio obligado a almacenar fugazmente sacos de trigo en la capilla de la Universidad de Cambridge como consecuencia imprevista de sus ajetreos en el mercado de futuros sobre 'commodities'.

Maticemos pues también aquí diciendo que quien fue, junto con el americano H. D. White, muñidor de la reforma financiera internacional acordada en Bretón Woods en 1944, más que enemigo de los mercados, fue un amigo sensible ante sus fallos, crítico perspicaz y, sobre todo, osado y acertado promotor de soluciones.

Por desgracia, no sólo fallan los mercados. La ‘mano visible’ de los Gobiernos tampoco es precisamente angelical, sino que demasiado veces trabaja con torpeza, negligencia y errores. Sí, es evidente que hay Gobiernos “manazas”; y no sólo esto, porque a este problema se añade el de la corrupción. Los Gobiernos colman su ineptitud cuando sus manos se corrompen. La historia está también llena de casos de manos gestoras corruptas.

Necesitamos un buen “apretón de manos”.

Puesto que tanto los mercados como los Gobiernos fallan, ver sólo los fallos del mercado y recurrir a ciegas a la intervención salvadora del Gobierno es tan disparatado como fijarse sólo en los fallos del Gobierno y confiar ciegamente en las virtudes del mercado. Ambos se necesitan, y están abocados a cohabitar como un matrimonio de conveniencia.

Por un lado, necesitamos que los Gobiernos aprieten la ‘mano invisible’ de los mercados con regulaciones diligentes y eficaces. Basta ya de ir por detrás de los mercados, recogiendo sus desperfectos y arreglando sus destrozos, ‘gratis et amore’ para unos (los responsables, gente de Wall Street) pero ‘onerose et grave pretio’ para otros (los contribuyentes, ciudadanos de Main Street). La regulación debe ser más preventiva, más global (o al menos, estar más y mejor coordinada internacionalmente) y sobre todo, ser mucho más sancionadora. Insistiré en esto último: frente a tanto contrato blindado de gestores de grandes empresas y directivos de banca, ¿no convendría establecer normas que estableciesen multas ex-post (sin excluir incluso la prisión) para quienes, por su manifiesta mala gestión, provocan crisis empresariales y financieras con grandes repercusiones sociales que se mitigan, al final, con dinero público?

Por otro lado, no nos vendría mal que los mercados apretasen también las manos gestoras de los Gobiernos hasta oprimirles, e incluso arrancarles si es preciso, sus dormidos y sucios dedos. La burocracia y politocracia acostumbran a hollar cumbres de desidia, negligencia y despilfarro, y por lo mismo no estaría nada mal exigirles ciertas pautas que imperan en los mercados, sin las cuales es difícil (sino imposible) sobrevivir, como el dinamismo, la iniciativa y el afán de innovación, la búsqueda continua de eficiencia, la disciplina que supone someterse al severo tribunal de la “cuenta de resultados”, y demás buenos usos y costumbres. En los mercados no se pone el sol, y siempre hay que estar despierto. Por eso, no es censurable que protesten a veces con razonables convulsiones (bursátiles, cambiarias y otras) para despertar a políticos y burócratas adormilados, y para hacer caer a Gobiernos irresponsables y corruptos.

13 octubre 2008

¿Cómo conseguir que la gente deje de tener miedo?

Una persona me hace esta pregunta en su comentario a mis reflexiones sobre el “Pánico financiero”. Dado que el miedo es algo psicológico, tendría que ser psicólogo profesional para saber contestarla con solvencia, y no lo soy; pero..., osaré decir algo sobre ello, confiando en la indulgencia del lector.

Cómo combatir el miedo.

El miedo a veces nos brota, o mejor dicho, se nos cuela en la vida como lo hace un “spam”, o un virus en nuestro ordenador, y la forma mejor de neutralizarlo es utilizando un software o programa de limpieza. En mi opinión, el mejor programa para librarnos del miedo (siempre que no sea patológico o de origen bioquímico, en cuyo caso habría que recurrir a fármacos u otros tratamientos) consiste en utilizar nuestra capacidad de pensar y razonar, y tener siempre activo en nuestro cerebro este programa. En este sentido, una ruta eficaz (en la gran mayoría de los casos) consiste en razonar, desmontar las bases del miedo y complacerse en este desguace tranquilamente, de modo que la sensación de victoria se filtre poco a poco hasta los sótanos de nuestra consciencia (el subconsciente) y quede ahí como inquilina permanente. Cuando desmontar racionalmente las bases del miedo no sea tarea fácil, al menos por uno mismo, conviene asesorarse adecuadamente. Obviamente, determinados charlatanes que frecuentan la TV y la radio no suelen ser asesores fiables.

Miedo a quiebras bancarias.

Hay miedos muy endebles, fáciles de superar porque tienen poco fundamento. Por ejemplo, tener miedo a perder los ahorros depositados en la banca española es ahora mero humo eliminable con un soplo de viento racional. Dada la solvencia de nuestras entidades de crédito, y sobre todo la cobertura de los depósitos ofrecida por los Fondos de Garantía tras el reciente acuerdo del Gobierno, un ahorrador modesto no debería tener miedo, y menos aún si tiene sus depósitos diversificados en dos o más entidades y además en régimen de cotitularidad con su pareja. Piense serenamente en estos mimbres, y su subconsciente, sin darse cuenta, le construirá una cesta de tranquilidad. Porque la probabilidad de que el sistema bancario español quiebre globalmente, de modo que los Fondos de Garantía se vieran desbordados incluso con el aval del Gobierno, es tan pequeña como lo es que un tsunami se cuele por el estrecho de Gibraltar y anegue Roma.

Miedo a la Bolsa.

Hay otros miedos más complejos, y por ello menos fáciles de neutralizar. Así, si tiene dinero en bolsa, su miedo a perder tiene base razonable, porque la bolsa va a seguir convulsa durante bastante tiempo. Sin embargo, puede haber circunstancias en las que no tiene por qué padecer miedo. Si no necesita el dinero urgentemente, puede esperar tranquilamente a mejores tiempos, porque no hay tormenta perpetua y siempre termina por escampar. Los altibajos de la bolsa son tan recurrentes como la secuencia entre la noche y el día. Entierre pues su miedo en el baúl de la esperanza, espere de nuevo al sol naciente y caliente, y deje de obsesionarse con los gemidos temporales de la bolsa. Desconéctese de ella por algún tiempo, como solemos desconectarnos del ordenador y de Internet en caso de rachas de molestos “spams”.

También podría quitarse el miedo de un plumazo, aunque pagando un precio. Podría encontrar formas de protegerse contra caídas adicionales de la bolsa, de la misma manera que suele asegurar su piso contra riesgos de incendios y demás. Basta que contrate un seguro adecuado, es decir, que compre un warrant u opción de venta de acciones con características ajustadas a su caso. Obviamente tendría que pagar una prima de seguro (el precio del warrant) que en estos momentos no es precisamente pequeño. Sobre esta forma de matar el miedo ya hablamos en otra entrada de este blog, en la que nos preguntábamos ¿Gana el oso al toro, o estamos en una bolsa de nadie?

Si, por el contrario, necesita inmediatamente el dinero que ha invertido en bolsa, cuanto antes asuma el accidente bursátil antes dejará de tener miedo. Obviamente, cambiará su miedo por una pesarosa certeza, la de comprobar que ha perdido. Pero, ya se sabe, tras cualquier accidente que no sea mortal, la mejor reacción es la aceptarlo y aprender de él, porque, como ya dijo F. Nietzsche, "lo que hiere, sin llegar a matar, fortalece”. En este sentido, del accidente bursátil podrá extraer una lección inolvidable que le ayudará a invertir mejor en el futuro: Nunca deposite en la Bolsa el dinero que necesita. Precisamente éste es uno de los consejos que incluí en la segunda entrada que hice en este blog, en octubre del 2006, con el título “Diez consejos para invertir en Bolsa”.

09 octubre 2008

Pánico financiero:¡Que no nos muerdan los perros!

El sistema financiero nos ladra. Zozobran y quiebran bancos, tiemblan y se desploman las bolsas, y chirrían las intervenciones preventivas, quirúrgicas y paliativas de los Gobiernos. Esperemos que nada de todo esto nos muerda.

Ladran los bancos.

De momento, ladran más allende nuestras fronteras, en EE.UU. y en algunos países europeos. A destacar el cinismo de cierta prensa británica (Financial Times in memoriam) que no hace mucho tiempo cuestionaba despectivamente la solvencia de los bancos de los países PIGS (Portugal, Italia, Grecia y Spain) sepultados presuntamente entre ruinas inmobiliarias. Resulta que mientras los PIGS (cerdos, en inglés) siguen resistiéndose a la txerriboda bancaria, los otrora aristocráticos bulldogs de la City, heridos ahora por el mal de Wall Street, han caído tan bajo que se refugian en Downing Street y gimen lastimosamente entre las faldas de la Old Lady (así se apoda el Banco de Inglaterra). Incluso un “big” de los PIGS (el Banco Santander) ha acudido a rescatarlos.

En España, a pesar de todo, todavía no se han registrado zozobras bancarias importantes. Que el sector de bancos y cajas pasa por dificultades es un hecho evidente que ya comentamos en abril en este blog alertando sobre su porvenir de “sed y sangre”. Por lo mismo tendremos que seguir estando atentos a su evolución, pero, por ahora, sin caer en el pánico, y menos tras las decisiones anunciadas antes de ayer por el Presidente Zapatero.

Que no caigan en el pánico los depositantes.

Aquellos ahorradores modestos que tienen su dinero en forma de depósitos bancarios no tienen por qué alarmarse. En primer lugar, porque las cajas y bancos de nuestro entorno están razonablemente bien provistas de capital y reservas, debido a que la regulación española sobre este punto ha sido, y es, bastante exigente (más que lo que se requiere en general en los demás países de la UE). En segundo lugar, porque la cobertura hasta 100.000 euros por titular, entidad y tipo de cuenta, que los Fondos de Garantía de los Depósitos (FGD) de bancos, cajas y cooperativas de crédito nos aseguran, parece manifiestamente suficiente para la gran mayoría de depositantes modestos. ¿Acaso no es suficiente para una familia o pareja, cuyos miembros sean cotitulares de dos cuentas bancarias en entidades distintas, una garantía que puede cubrir hasta 400.000 euros?¿Cuantas familias hay con tanto dinero depositado en cuentas bancarias?. Según estadísticas bancarias, el depósito medio en España no llega a 20.000 euros.

De hecho, la medida de ampliar la cobertura de 20.000 euros (nivel actual) a 100.000 se ha tomado, no tanto para proteger al depositante modesto, como para proteger a los propios bancos y cajas de una competencia desleal por parte de entidades bancarias de otros países cuyos Gobiernos han decidido aumentar las coberturas hasta esa cifra o más. En tras palabras, se ha pretendido evitar riesgos de desplazamiento, o fuga, de depositantes pudientes hacia bancos de otros países.

Tiemblen más bien los inversores en bolsa y en FIMs.

Sin embargo, de lo declarado antes de ayer por Zapatero y ayer por Solbes, no parece (al menos de momento y para mí) que la ampliación de cobertura de los depósitos vaya a extenderse también a los fondos o ahorros gestionados por las empresas de servicios de inversión (ESI: sociedades y agencias de valores, y sociedades de gestión de carteras, incluyendo las de las Instituciones de Inversión Colectiva cuando gestionan discrecionalmente (al margen de la regulación de carteras de los FIM) efectivo o valores de clientes), las cuales, bajo vigilancia de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, cuentan también con un Fondo General de Garantía de Inversiones (FOGAIN) que también garantiza actualmente los fondos de sus clientes hasta el límite de 20.000 euros en casos de insolvencia y de concurso judicial de estas entidades.

En concreto, ¿se aplicará también la medida de ampliación de la cobertura a las cuentas de valores (de acciones y otros títulos) que muchos ahorradores modestos tienen bajo custodia en los bancos y cajas, y que son gestionados por sociedades gestoras afines? Obviamente, en estos casos, no se pretende cubrir contra los riesgos bursátiles o de rendimiento de las acciones y valores depositados, sino solamente contra los riesgos específicos de insolvencia y de incumplimiento de obligaciones con sus clientes de las propias ESI.

Ni decir tiene, y esto es más claro, que los ahorradores que participan en los FIMs tampoco están cubiertos contra los riesgos de rendimiento de éstos. Quien tenga dinero en Bolsa directa o indirectamente (a través de los FIMs) está expuesto a que le muerdan los perros. Y si lo necesita en estos momentos, viéndose obligado a vender sus acciones o desprenderse de sus participaciones, la mordida será profunda y dolorosa.

Calmando la sed de los bancos.

Otra medida clave de Zapatero consiste en poner a disposición del sistema bancario español una suma de dinero entre 30.000 y 50.000 millones de euros. Con ella se pretende suavizar las restricciones de liquidez que oprimen a las entidades de crédito españolas. De este problema ya tratamos con cifras (sobre la desproporción entre depósitos y créditos bancarios) en mis comentarios del pasado abril.

A la espera de conocer más detalles, supongo que esta medida se estructurará en términos financieros como una cesión temporal de activos hipotecarios por parte de las entidades de crédito al Tesoro español con un pacto de retrocesión a medio plazo, operación que previsiblemente se llevará a cabo mediante el método de subastas. De esta manera, el Gobierno les ofrecerá lo que en estos momentos no pueden conseguir en los mercados interbancarios ni el Banco Central Europeo les facilita: liquidez a plazo de tres o más años, respaldada por activos hipotecarios que se aceptan como garantía colateral y se suponen sanos.

La medida será acertada si sirve, a su vez, para impulsar el flujo de financiación desde las entidades de crédito hacia las empresas del sector privado, que hoy está tan atascado; y no será onerosa para el contribuyente si no conlleva un incremento del déficit público por pérdidas financieras, o bien de intereses, para lo cual bastaría que los tipos de interés a cobrar a los bancos por la financiación prestada se igualasen a los de la deuda pública que se emita para cubrir la operación, o bien de capital, algo que se evitaría si los activos hipotecarios cedidos al Tesoro estuviesen sanos. Por el contrario, la inyección de liquidez rayará en lo obsceno si las entidades de crédito la destinan a consumo propio, sin que el dinero fluya hacia el sector privado extra-bancario, especialmente haciaa las empresas más productivas, generadoras de empleo y ecológicas.

Cuestión aparte es si los 30.000-50.000 millones euros de crédito al sector bancario es cantidad suficiente para resolver el problema. Me inclino a pensar que no, tal como va reptando la desconfianza y el pesimismo financiero. El Gobierno, una vez decidido a intervenir de esta manera, no debería utilizar el método del goteo, sino anegar cualquier brote de duda. ¿Por qué no ofrecer 100.000 millones de euros o más, si la operación, como se presume, puede reavivar la economía real, sin ser onerosa para el contribuyente, implicando tan sólo un incremento temporal (de varios años) de la deuda pública española, deuda que además, en relación al PIB, es significativamente menor que la media de los países de la UE?.

El Gobierno no debiera encogerse ni mostrar tanta prudencia que la gente la interpretase como temor, porque, como suele decirse y bien lo saben los baserritarrak, “sólo a los miedosos muerden los perros ”.

¿Ayudando al rico para que no empeore el pobre?

Termino vomitando (con perdón). En tiempos de vacas gordas, los banqueros suelen justificar la obtención de pingues beneficios arguyendo que es bueno para el conjunto de la economía que los bancos y empresas ganen dinero, porque a la postre todos se benefician. Quieren hacernos creer en la “economía de la filtración”, en que “si sube la marea para un barco, sube para todos”. En tiempos de vacas flacas, su discurso se torna todavía más obsceno, pues suelen exigir ayudas con chantaje, diciéndonos que, si a ellos les va mal, a todos nos irá mucho peor.

Me recuerdan la historia o parábola bíblica del rico Epulón y el pobre Lázaro. En tiempos de fiesta, a Lázaro, sentado en el suelo bajo la mesa, sólo le llegan las migajas del festín y el consuelo de los perros que le lamen las llagas. Pero la parte más siniestra de la historia no está narrada, aunque es fácil de imaginar: en tiempos de penuria, Lázaro no puede aspirar ni siquiera a las migas, porque si las pide, Epulón azuza a sus perros para que le muerdan.


Habrá que ayudar a los bancos en tiempos de crisis. Sí, el auxilio será necesario, un mal menor, pero …¡qué ascoso!.



Nota final.

Ya escritas estas reflexiones, me sorprendió ayer la rebaja coordinada de los tipos de interés en EE.UU., Gran Bretaña y en la UME. Buena decisión, aunque el miedo no la haya entendido (pues no es racional). Las bolsas se desplomaron en un ¡ay!, ¡ay!, ¡ay!. Los perros seguirán ensañandose con nosotros, a mordiscos, mientras estemos dentro de la espiral del miedo. Porque ya no sólo tenemos miedo; también tenemos miedo al miedo..., al miedo colectivo, ese instrumento de destrucción masiva capaz de arruinar el mundo financiero.

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