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Crisis, obsolescencia estadística y borrachera bursátil.


No hay mes en que no nos salpique alguna revisión de las estadísticas macroeconómicas. En éste, una vez más y van demasiadas, el FMI nos acaba de vomitar su nueva profecía: nos anuncia que el PIB caerá en España un 1 % el año que viene y nos advierte que nos preparemos para una dura y prolongada recesión. ¿Qué nos dirá dentro de otro mes, cuando hayamos estrenado ya el decadente 2009?. Porque, desde que la crisis asomó en el mercado hipotecario subprime de EE.UU en el verano del 2007, todas las previsiones de esta índole han ido quedando obsoletas mes a mes. La revisión se traga la previsión.

Pero no sólo los vaticinios del FMI adolecen de esta vertiginosa obsolescencia estadística sino que todas las organizaciones, instituciones y entidades vaticinadoras, nacionales e internacionales, han errado en su pronósticos, subestimando el alcance, la profundidad y la velocidad de desarrollo de la crisis. Además esta subestimación general no se limita al caso de España. Los errores de previsión han sido planetarios.

El problema no es tanto que haya fallos de predicción, pues siempre los ha habido y los habrá en economías y sociedades dinámicas, como que sean tan mayúsculos. Y es que la crisis, nacida del oscurantismo de los mercados financieros, ha levantado tanto polvo que no permite ver nada, o casi nada, aunque se disponga de instrumentos de visión (técnicas de predicción) sofisticados. Hay una especie de apagón de luz, de ausencia de información fiable, que hace quebrar también a la contabilidad, la estadística y la econometría.

Borrachera bursátil.

Y si no hay mes sin sorpresas macroeconómicas, no hay día que la bolsa no nos sobresalte con sus vaivenes. Volatilidad es la palabra de moda en los ambientes bursátiles. La volatilidad también ha sido, es y será inevitable en los mercados de valores. Incluso si éstos fuesen centros puros de información, tal como sostienen los defensores de la 'hipótesis fuerte de eficiencia informativa', los precios o cotizaciones de las acciones seguirían una trayectoria ‘random walk’, traducida como ‘paseo aleatorio’ y también, más jocosamente, como ‘la ruta del borracho’.


En breve, esta hipótesis dice que la información sobre las empresas y su entorno, que los precios de las acciones recogen y transmiten en la bolsa, es de tal calidad que cualquier desviación futura (al alza o a la baja) de los niveles alcanzados por éstos en una fecha dada (por ejemplo, hoy) es estrictamente impredecible, es decir, sería pura aleatoriedad o sorpresa (‘ruido blanco’, en lenguaje técnico). Dicho de otra manera, la trayectoria futura de los precios (desde hoy hasta un mañana cualquiera) se semejaría al rumbo de un borracho que camina por una calle eficientemente iluminada. Así como cabe suponer que su andar no será rectilíneo en todo el recorrido y que su balanceo de izquierda a derecha, o de derecha a izquierda, tampoco es previsible, los defensores de la eficiencia informativa de la bolsa vienen a decir que las cotizaciones bursátiles caminan borrachas, en este sentido, por el sendero del tiempo. De este modo, incluso en el mejor de los casos, cuando la bolsa esté iluminada e ilumine eficientemente, los precios de las acciones evolucionarán tan erráticamente, al menos, como deambula un borracho.

Ni decir tiene que cuando la bolsa no goza de buena iluminación ni la transmite, la oscilación de las cotizaciones es todavía más errática. Esto es precisamente lo que ocurre ahora con especial gravedad: estamos muy lejos de los postulados de la hipótesis de eficiencia informativa; la falta de transparencia nos hace vagar en la oscuridad; la manipulación informativa (mediante rumores infundados, movimientos bursátiles amañados o simulados, etc.) nos hace tropezar y caer; las cotizaciones caen y se levantan como lo hace un borracho ya próximo al coma etílico.


En estas circunstancias, ¿no conviene dejar a la bolsa que “duerma su mona”, al menos hasta que se le pase su gravísima borrachera?. Lo que sí nos conviene, sin duda, es que los Gobiernos dejen de arreglar, tan alegremente, tejados y fachadas del sistema financiero, y que con más seriedad y prontitud (qué desesperante es la parsimonia con que actúan) saneen su suelo y subsuelo, limpien de ratas (estafadores) las alcantarillas, reparen sus cimientos y, sobre todo, nos repongan la luz. Sí nada es más perentorio hoy que la luz, la información, la transparencia. Sin ella, no retornará la confianza, y sin ésta (sin fiarnos unos de otros) difícil, muy difícil, lo tiene la economía de mercado.

Pero como los goiernos se vana preocupar de limpiar si son ellos los que la han ensuciado.

Lo que no entiendo es por qué esta costando tanto levantar la crisis si ha bajado el petroleo (beneficiando principalme a las empresas que lo distribuyen), los gobiernos junto con los bancos centrales están metiendo dinero...
Que es lo que queren los directivos de las empresas?
Que volvamos a tener sueldos de posguerra y vovamos a als cartillas de racionamiento.
m

Esta crisis es como un incendio voraz, cuyo fuego se propaga debido a un viento feroz, por lo que costará tiempo apagarlo. Es crucial que amaine el viento, que en esta metáfora representa el pesimismo, cargado de miedo, de hoy en día y que se nutre desesperadamente de una desconfianza generalizada, propiciada por descontroles financieros, falta de información veraz, corrupción y deshonestidad en la vida económica. Restaurar la serenidad, el optimismo y la confianza es algo mucho más difícil que gastar dinero público, reducir impuestos y bajar tipos de interés. De la misma manera que a los bomberos le puede llevar días sofocar un incendio en condiciones ventosas difíciles, los gestores de la política económica tardarán semestres, ¿o incluso años?, en reestablecer la calma y con ella la habitabilidad de nuestro sistema económico.

Ciertamente habrá “campo quemado”, y se quemarán ‘justos por pecadores’. Esta es una crisis, que en gran medida, ha sido provocada por la codicia que ha campado en los barrizales del capital financiero. El mundo de los trabajadores es inocente tanto en su origen como en su desarrollo, pero inevitablemente será un paciente, y padecerá sus consecuencias. Como casi siempre, imperará la ley del más fuerte, y el más fuerte (el rico o pudiente) siempre es una influyente babosa que termina reptando hasta la intimidad del Poder, salvaguardando incluso su perfidia como un “secreto de Estado. No deja de ser un sarcasmo que al estafador Madoff le hayan concedido el privilegio de permanecer bajo arresto en su lujoso domicilio mientras que se insta a los trabajadores a que se congelen en sus modestos salarios e incluso se obliga a muchos de ellos a dormir ateridos en la calle del paro, como unas personas “sin techo” (sin trabajo)?. ¡Porca vita!, ésta.

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