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El increible recato del IPC

“La estadística es una ciencia que demuestra que si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, los dos tenemos uno” (Bernard Shaw)


Esto, nadie se lo cree”, oí exclamar hace unos días a un jubilado que leía la prensa en un bar mientras degustaba un ‘café con leche’. "¿Ni tu abuelo Patxi?", bromeó el barman al tiempo que le devolvía los ochenta céntimos sobrantes de una moneda de dos euros que aquél le había entregado para pagar su consumición. Obviamente, el “Esto” al que se refería el jubilado no era el precio del café que cantó el Presidente Zapatero cuando el ciudadano navarro Jesús Cerdán le preguntó sobre él en la ya tan mentada entrevista de televisión, pero como si lo fuera, pues el objeto de incredulidad era semejante. En este caso, nuestro hombre senior se escandalizaba ante el recato que había exhibido el IPC (Índice de Precios al Consumo) en la pasarela del pasado mes de abril, ya que este ‘top model’ de índices de carestía de la vida habría repuntado sólo un 2,4 % desde el mismo mes del 2006, según su gran modisto, el Instituto Nacional de estadística (INE)

Probablemente, en boca del jubilado resonó esa ‘vox populi’ que tanto acusa al euro de propiciar, desde su creación, una incesante y gran escalada de precios que sienten los bolsillos (la cercana economía doméstica), pero no revelan las estadísticas (ni se refleje en la abstracta macroeconomía). Según el INE, el IPC ha crecido desde enero del año 2000 hasta hoy casi un 27 %, lo que sugiere que, en promedio, los precios han aumentado a lo largo de los últimos ocho años a un ritmo del 3,3 % anual. Si preguntamos a la gente en la calle, los bares, los comercios y otros ámbitos populares sobre qué piensan de estas cifras oficiales, seguramente se mofarán de ellas y negarán, no sin destilar incluso cierta irritación, que tales porcentajes representen la carestía de sus particulares ‘cestas de compra’. Y sin embargo, el INE, mediante su tupida red de oficinas y agentes, y con técnicas avanzadas, también hace preguntas, entrevistas y encuestas que presuntamente avalan sus conclusiones. ¿A quién creer, a nuestros propios ojos y bolsillos, o a ese Gran Hermano estadístico?

El INE acierta cuando calcula la evolución del coste de una cesta de consumo variadísima, compuesta por casi quinientos bienes y servicios de diversas calidades, cuyos precios se basan en informaciones obtenidas de miles de establecimientos (30.000) distribuidos por todo el territorio español (141 municipios), ponderándose además de forma muy distinta cuando se agregan para definir el índice de precios general. Las ponderaciones, que suelen actualizarse de vez en cuando, reflejan, siguiendo pautas de la Encuesta Continua de Presupuesto Familiares, los porcentajes del gasto total que los hogares hacen en distintos artículos debidamente clasificados. Obviamente, en este gran universo de bienes, es posible que los precios de muchos bienes se disparen mientras que los del resto aumenten mucho menos, e incluso permanezcan constantes o desciendan, compensándose entre sí y, con ello, amortiguando el movimiento del índice general de precios. Esto parece que ocurrió con la creación y circulación del euro, hechos que propiciaron alzas exageradas en muchos precios, aunque no en todos, debido a prácticas de redondeo, a cierto espejismo monetario o a otros factores.

Pero muchos hogares también tienen razón cuando afirman que la cesta de consumo que ellos particularmente compran se ha encarecido mucho más que lo anunciado por el INE. En muchos casos, las cestas particulares de compra no son tan amplias o diversificadas como la que considera el INE, estando además compuestas y dominadas por artículos muy sensibles al alza de precios. En mi caso, por ejemplo, reconozco que, cuando trabajaba en Santander como catedrático de Universidad, la composición de mi cesta de compra estaba sesgada hacia bienes y servicios cuyos precios aumentaban mucho más que la media; por el contrario, ahora que estoy jubilado, creo que mi consumo está dominado por precios mucho más tranquilos.

Sin embargo, hay otras personas que, cuando critican las cifras oficiales de inflación del IPC negándoles credibilidad, en realidad padecen fallos de percepción. Algunos confunden la parte (su parte) con el todo, pues son proclives a creer que es un fenómeno general lo que sólo, o sobre todo, ocurre con los precios de los bienes y servicios que les son más familiares o cercanos; así, el Presidente Zapatero apostó por “un café a ochenta céntimos”, porque quizás percibió este precio en la cafetería del Congreso de los Diputados, mientras que Jesús Cerdán estaba acostumbrado a encarar precios mayores en su particular entorno (a propósito, cuando hace un mes estuve en Santa Cruz de Tenerife degusté un magnífico ‘café cortado’ por tan sólo 75 céntimos en un céntrico bar de la Plaza del Príncipe). Otros adolecen de percepciones desviadas o sesgadas, porque sienten mucho más (ponderan más) a los precios cuando suben que cuando bajan o permanecen constantes, de la misma manera que a todos (o a casi todos) nos suelen impresionar más las desgracias que los acontecimientos felices, las malas noticias que las buenas.

Las dudas sobre la credibilidad del IPC, en muchos casos, están cebadas por el propio interés. Me explico. La evolución del IPC se suele usar como referencia o criterio para actualizar (a veces, subir) sueldos, salarios, pensiones, alquileres y otras rentas, con el fin de salvaguardar (mejorar) su poder adquisitivo. Por lo mismo, interesa poner en duda la evolución del IPC, o negar su representatividad, con el fin de reivindicar más rentas nominales y ganar capacidad real de compra. En algunos casos estas reivindicaciones pueden ser justas (cuando una particular cesta de compra se ha encarecido verdaderamente más que la cesta del INE); en otros, no tanto (cuando hay percepciones erróneas); y por último, nunca falta quien está interesado en hacer ruido para camuflar posibles abusos.

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