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Creer en tiempos revueltos

Plagio el título de una serie de televisión, que se está emitiendo en estas tardes del estío y que ilustra lo complicado que era amar en tiempos de la posguerra franquista, para lamentar lo difícil que es creer en nuestros días. Apuntaré sólo hacia tres frentes de niebla: el religioso, el bursátil y, ¿cómo no?, el político.

Leo en la prensa que la Conferencia Episcopal sigue viendo al diablo en la proyectada asignatura ‘Educación para la Ciudadanía’ y que el Cardenal Rouco Varela, príncipe de la Iglesia Católica bautizó hace unos días a una princesa del reino de España. ¿Qué fe pueden merecer los principescos pastores de nuestra Iglesia, tan descarriados ellos que confunden el reino del Cesar con el de Dios, y tan poco cristianos que cierran, sin cáritas, las puertas del reino de los cielos a sus legítimos pretendientes, los pobres y marginados (caso de la parroquia vallecana de Entrevías), mientras que las abren, de par en par y con gran boato, a los ricos y poderosos, de quienes se ha dicho (y además en santa escritura) que les es más difícil entrar que a ‘un camello pasar por el ojo de una aguja’.

Recientemente la Comisión Nacional de los Mercados de Valores que, como otras agencias reguladoras (por ejemplo, la Comisión Nacional de la Energía) están bajo sospecha de parcialidad política, parece que huye hacia delante, pues no ha tenido pudor para reconocer que la bolsa no es de fiar en sus burbujeantes valoraciones del sector inmobiliario, pero sin embargo calla pudorosa ante las enormes revalorizaciones registradas en el sector energético. ¿Debemos suponer, o creer, que, a diferencia de lo que ocurre con las empresas inmobiliarias, la bolsa es fiable cuando, bajo soplos de movimientos corporativos, burbujea con las energéticas, valorando, por ejemplo, la acción de Iberdrola casi tres veces más de lo que valoraba hace tres años? ¿No se nos dice, una vez más, media verdad, lo que es sólo políticamente correcto?

Por último, todavía sigo pensando en el descrédito de la política española, a tenor del último debate sobre el estado de la nación, en el que el presidente del Gobierno y el líder del primer partido de la Oposición se acusaron mutuamente, y además con inusitada acritud, de no tener ya credibilidad. Si ambos representan el sentir de sus votantes, ¿no habrá que concluir (no se ofendan los demás partidos políticos, más minoritarios) que casi media España desconfía de la otra media?. Parece tan grande el fanatismo que impera en las dos orillas de esta abismal desconfianza que mil razones que se lanzan desde una no llegan a suscitar en la otra la más mínima duda. Causa estupor, y profunda decepción democrática, ver por televisión cómo los grupos parlamentarios se transforman en bulliciosos coros de gallinas cluecas con sus señorías revoloteando en sus asientos, jaleando a su gallo y abroncando al contrario.

Y hablando de política, es inevitable mentar también el gran apagón que se ha producido en el País Vasco con el horrendo descrédito de ETA al retornar a la lucha armada y con la consiguiente crisis de fe en el cacareado proceso de paz. ¿En qué creer ya?. ¿A quién creer aún?. Nuestro Lehendakari Ibarretxe, acaba de encender una luz: ‘La gente está cansada de los políticos, incluso de mí’, ha dicho. Yo creo en este diagnóstico del Lehendakari, y creo también que él lo cree de verdad. Esperemos, pues, que esta fe se propague y se fortalezca hasta ‘mover montañas’.

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