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Sobre la 'cosa pública' (2): la atracción del 'lado oscuro'.

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Se dijo a sí mismo el administrador: ‘¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración de sus bienes? Cavar, no sé; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando sea cesado, haya quienes me reciban en sus casas’. Y convocando uno a uno a los deudores de su señor, dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi señor?’. Respondió: ‘cien barriles de aceite’. Él le dijo: ‘Toma tu recibo, siéntate presto y escribe cincuenta. Después dijo a otro: Tú, ¿cuánto debes?’. Contestó: ‘cien cargas de trigo’. Díjole: ‘Toma tu recibo y anota ochenta’. El señor alabó al administrador infiel porque había obrado astutamente. (Evangelio de Lucas 16, 1-8).
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La prensa nos canta estos días que los bancos Lazard y Santander han acogido en su casa a Rodrigo Rato, fugaz ex-director gerente del Fondo Monetario Internacional y gran administrador de los bienes de España, como vicepresidente primero y ministro de economía, bajo el gobierno de J.M. Aznar. Días antes se hacía eco también del doble juego del neocatólico Tony Blair, ex primer ministro británico, quien, al parecer, se propone compatibilizar milagrosamente su dedicación al bien (como “enviado para la paz” en Oriente Medio) con sus servicios al dinero (como asesor de la banca JP Morgan).

Ha habido otros muchos casos, tan sonados como éstos, de ex-políticos o gestores de la ‘cosa pública’ que, tras el cese o abandono de sus cargos, se han hecho de oro en el campo privado explotando la red de contactos e influencias (experiencia, dicen eufemísticamente) que adquirieron mientras administraban el bien común. Estamos tan acostumbrados a verlos en candelero, como “hijos de la luz”, que inevitablemente, cuando dan este salto tan brutal, pensamos que se han pasado al “lado oscuro”, seducidos por el “becerro de oro”.

Pero no…, no caigamos en la tentación de ser jueces demasiado severos. No vayamos más allá de donde llega el señor ofendido en la parábola del administrador infiel, pues aquél elogia la sagacidad de éste sin cebarse en la condena de su conducta previa. Pongamos en práctica sólo la moraleja de este cuento bíblico siendo ex-post tan astutos como ellos fueron ex-ante. En el luminoso libro de la historia, donde se anotan y ponderan los verdaderos méritos de quienes han manejado la ‘cosa pública’, rebajemos desde cien a ochenta, a cincuenta… e incluso hasta a cero, según los casos, el reconocimiento social póstumo de quienes, sin apenas o ningún pudor, han terminado sirviendo en el ‘lado oscuro’.

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