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El voto de una aflicción

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¡Afligíos!... Afligíos infinitamente por los muertos. Afligíos por las personas que fueron buenas. Afligíos por las personas que fueron malas. Afligíos por los viejos que murieron con el cuerpo vencido. Afligíos por los jóvenes que fallecieron antes de tiempo. Afligíos por un mundo que permite que la muerte nos arranque de su seno ¡Afligíos! (Así grita Flora, chapoteando entre los claroscuros de su enfermedad, en la novela “Brooklyn Follies” de Paul Auster)
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Las estadísticas indican que, por término medio, más de cien mil personas mueren en el mundo cada semana. Por tanto, la última semana de agosto debió de darnos también más de cien mil motivos para afligirnos. Y en efecto, recuerdo cuán sonada fue, entre nosotros, la aflicción colectiva cuando la muerte atropelló al deporte derribando su Puerta (José Antonio), o despojó de gracia a las letras colándose por su Umbral (Francisco), o nos heló la risa atracando a la Estanquera de Vallecas (Emma Pennela) al grito TV de Aquí no hay quien viva ... Ni decir tiene que también hubo otros muchos fallecimientos menos notorios que provocaron aflicciones no tan masivas, pero no por ello menos intensas. Así, en Oñati (Guipúzkoa), la madrugada del jueves treinta de agosto, la muerte dejó sin luz al caserío Elorduy al cerrar los ojos de Maitere Urcelay, sumiéndonos a quienes la conocimos en una profunda tristeza.




Maitere (abreviatura de María Teresa) tenía sesenta y un años, marido, dos hijos, un nieto risueño y otro en estado de buena esperanza, nueve hermanos, muchos amigos, un lugar maravilloso donde vivir y, sobre todo, un don especial para querer y ser querida. No fue gran deportista, ni célebre literata, ni afamada actriz…, pero logró ser una persona muy querida, tan querida que todos, de forma natural, pasaron a llamarle Maite, que en euskera significa ‘amada’.

Según dicen, Francisco Umbral, en el año 2001, escribió que “ir muriéndose es ir alejándose de las cosas, o ver cómo las cosas se alejan”. No sé en qué contexto o con qué matices lo escribió, pero supongo que ese ‘ir muriéndose’ se refiere al envejecimiento que él ya sentía por entonces. Envejecer es caminar hacia la lejanía. Maite no ha tenido la oportunidad de envejecer plácidamente, de alejarse suavemente de su familia, sus amigos, su querido baserri…, o de contemplar en paz cómo todo su mundo se aleja de ella poco a poco, inexorable pero amablemente. Por eso, nos ha afligido tanto su muerte.

Hagamos votos por Maite. ¿Debemos desearle lo que se suele desear en estos casos, que 'Descanse en Paz'?. Me pregunto si puede descansar en paz quien no llegó a cansarse en vida, quien no agotó las ganas de vivir. Prefiero utilizar la expresión en euskera ‘Goian bego’, deseando que ‘esté arriba’, en la cumbre de nuestros recuerdos y en la cima de su esperanza cristiana.

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